martes, 15 de febrero de 2011

Hábitos de lectura

Personalmente, me cuesta mucho terminarlos. A veces, llego a tener tres o cuatro en simultáneo. No siempre preciso conocer el final; he encontrado un deleite culposo en dejarlos ahí, en eterno suspenso. Desentrañar la lógica de la trama, sentir y percibir ese movimiento estratégico del autor hacia nosotros… como cuando logro capturar el espíritu de un libro y a los dos tercios, ya estoy impaciente y quiero otra cosa. 


Desentrañar algo de un libro, de una ficción. En una ficción, hay un mundo entero de leyes, protagonistas, desenlaces, acaecimientos… y en ese mundo, un corredor a éste. Un trampolín de pequeñas cosas que son y están en el lugar de otras cosas, que hablan, muestran, dicen, y que son una totalidad. El libro deja todo en mis manos.

Leer lleva tiempo; es una actividad solitaria. Mientras que la radio, música y películas tienen otro ritmo y exigencias, también es más fácil compartirlas y comentarlas con otros. Creo que algo que desmotiva a la gente a leer, o que la hace optar por lo popular del momento, es la falta de cómplices.

He aprendido a no tenerle miedo a mis propios gustos. Si sé que no estoy de ánimo para una excelente pero larguísima e intrincada novela, ya no me culpo. Por demasiado tiempo, las palabras fueron (y siguen siendo) presas y agazapadas. No solo en mí, en mis cuentos y lecturas, sino en el arte en general. Con palabras presas, me refiero a formas de pensar que han seducido con su peligro, contaminado con destrucción, las formas iconoclastas; y del otro lado, la estabilidad de los relatos. ¿Estamos entrando en una época impredecible? Los medios, sin duda, son cada vez más democráticos. Pero no así los recursos y la riqueza material que engordan ciertas voces.

Hay libros que se queman, hay voces que arden, y para algunos, hay una angustia en las vísceras cuando la historia late fuerte y cuando la historia es olvidada. De seguro, existen miles de personas que serían más proclives a la no ficción, a la fantasía, o al absurdo, y aún no lo saben.

¿Por qué contar? Por ejemplo, el caos en la creación y a partir de la creación. El hombre enmudecido. Hubo más de un mesías y más de un libro sagrado. La historia de la creación y el recuerdo del origen, porque no podemos vivir sin saber qué o quién o por qué. Los finales.

Hay mucha gente que por opción o sin más remedio, no logra descubrir los relatos que nos han hecho, y tampoco puede elegir qué leer. La oferta cruel de basura no les permite elegir qué leer.

Las tendencias, la ignorancia y los prejuicios. Pero más allá, cuando estemos solos y alertas, prontos para sorprendernos, tendremos una oportunidad de liberar la palabra. En el ronquido de las páginas (en lo quieto y flexible del libro en mis manos… para repetirlo, esa página, ir hacia atrás, esperar) a veces hay alguien o algo que aúlla. Como en La historia interminable de Michael Ende, a veces hay un espacio inefable de silencio que nadie ni nada puede usurpar.