sábado, 26 de marzo de 2011

Si el mundo agoniza

¿Significa que se va a morir?
Pólvora negra en la lluvia de alquitrán.
Estoy pensando en grabar, editar, reproducir y exhibir.

Hoy, N. me dijo "odio cuando tenés que hacer un esfuerzo para que te guste algo". Muy sabio, sobre todo viniendo de él y su pasado "hetero-obligado", y sus estudios que lo hacen sufrir.
Hoy, Z. está insoportable porque siente que el mundo la abandonó para tener una pareja. Todos, menos ella. 
Hoy, descubrí un nuevo juego en Facebook que me va a permitir quemar tiempo. No pensar.
También leí que las revoluciones y las crisis tienen que ver con los significados. Cuando hay crisis el tiempo comienza a pasar de otra forma. Cuando hay revoluciones, nuevas cosas se vuelven reales. Esto me impactó. (Para más lecturas... aquí)
Me di cuenta de que hace dos años, no entendía el siglo XX y XXI como hoy. Pero, hace dos años, ¿era posible entenderlo? Mucho ha pasado. 
Estoy leyendo El pintor de batallas. Es una novela sobre un fotógrafo de guerra. Al mismo tiempo, no dejan de impactarme las fotos que cuelgan en Huffington Post, actualizadas todos los días, de la guerra/revolución en Libia. Para ampliar este tema... uff... tendríamos que escuchar las voces y sentir las miradas de la gente que realmente está peleando. Y, no, no me atrevo.


Voy a copiar algunas palabras de Burial, una canción de Miike Snow.

La miseria es lo único que conocemos últimamente. Los sábados son todos iguales. Ahora es un funeral. Nos hemos convertido en asesinos seriales. Un asesino que te mata a vos y a mí. Ya sabés que ya te conocemos. Se acabó. En tu propio funeral, no te olvides de llorar.

Además, diré algo. Ellos... los que tienen granadas en la mano... no son salvajes hoy. Ellos, también están conectados a los medios. Hasta, capaz que los están usando para organizarse. ¿Nos podrán mirar como nosotros los miramos? ¿Nos dedicarían una mirada?
¿Y si... y si pudiéramos... olvidar toda la distancia? 
Además, yo que estoy aquí con mi café, y ustedes, ¿pelearían? Si nos tocara pelear, ¿pelearíamos?


Hay varias formas de morir. Hoy, hay gente que todavía asesina a otra gente, así, sin mucho motivo. Hay guerras y hay revoluciones: algunas tienen más sentido. Y además, está el suicidio o la gente que, como yo, fuma cigarrillos. También, todavía escucho la expresión "no tenés vida".

Descubrí que gracias a la "novela moderna" y al relato, el hombre aprendió a monologar, hace unos siglos.


Hoy, tu egoísmo corrompe y niebla tus lecturas.
¿Apagón mundial dentro de un rato? No sé si resultará, pero esa es la convocatoria. Para "aliviar al planeta".
Entre la falta de treguas, de oportunidades y de metas...


Este es mi estado de Facebook actual: "Sobre el lenguaje y el sentido, y la falta de sentido, y repetir algo mil veces... pierde... ¿sentido?"
Este es el estado de Facebook de alguien que es "mi amigo" pero con quien nunca hablé: "Gente con fotos y perfiles truchos, fuera de mi face".


El mundo agoniza, pero ¿se va a salvar?



jueves, 24 de marzo de 2011

Las pastillas que nos hicieron

            Más de una vez, he tenido que escuchar a amigos decirme “eso te cambia”, “no me gusta que tomes eso”, “te convierte en otra persona”. Amigos que no llegaron a verme sin la acción de antidepresivos y antipsicóticos. Conozco a más de una persona que, pasando por un momento de angustia y dificultad, se niega a recurrir a los fármacos.
            Del griego prosopon, la máscara que se usa en teatro, llegamos a la palabra personalidad. Con flexibilidad o rigidez, la personalidad tiene su lógica. “Ese no soy yo”, digo cuando me enfrento a una disonancia interna, a algo que contraría lo previsible en mí.
            La primera vez que fui a un psiquiatra tenía 13 años, y volví a casa con un folleto que decía algo sobre “el estigma de tomar psicofármacos”, para desmitificar el asunto y anticipar ciertas reacciones de mi entorno. Reacciones que son síntoma de incomprensión e ignorancia.
            Hubo momentos cuando luché contra las pastillas, y en vano. Dejarlas nunca llevó a nada positivo. Adolescente, estaba intentando componerme, y en el mosaico de mi personalidad, ellas eran artificiales, ajenas, alienantes. A pesar de que los médicos dicen “es como la diabetes, es como tomar aspirina para el corazón”, la comparación deviene en que, de hecho, estoy enfermo. Mi forma de ser es incorrecta. Mis humores están alterados.
            ¿Cómo entender un medicamento que cambia el humor, que te hace feliz? Se supone que debemos ser fuertes y luchar, sobreponernos, dejar de mariconear. Tomar algo, pedir ayuda, es para cobardes o gente insegura. O si no, tenemos un miedo atroz a dejar de “ser nosotros mismos” a causa de las pastillas. A transformarnos en algo “antinatural”.
            No estamos tan errados al pensar que el bienestar se obtiene resolviendo los problemas y lidiando con las circunstancias y por ende, el fármaco sería un simple paliativo. Pero la ciencia y la experiencia del dolor nos han demostrado que “nada es tan fácil”. El dolor psicológico puede ser incontrolable.
          
  La locura y la cordura

            El hombre ha utilizado sustancias psicotrópicas desde la antigüedad. Amapola, cannabis, refinadas, experiencias religiosas, estados alterados de conciencia. Los científicos han observado y aprendido. Muchas de estas sustancias son ilícitas y las que se transformaron en remedios, son controladas.
            Michel Foucault describió en  Histoire de la folie la forma en que los “locos” fueron tratados a lo largo de las épocas, y qué se consideraba por “loco”. Desde el ostracismo y la violencia de la épocas más primitivas, hemos incorporado la locura a nuestras vidas cotidianas. “Estoy re loco” significa que estoy re drogado. “Mi locura” es mi personalidad.
            Cuando vemos a alguien enloquecer, alucinar, estar drogado, sentimos varias cosas. A veces, es una angustia profunda al ver que la conciencia es frágil y que estos andamios que llamamos realidad dependen de nosotros. El sentido, la realidad, no es tan inmanente como creíamos. También, podemos sentir un profundo rechazo o miedo frente a esta persona que no es capaz de responder por sus actos.
            Alterar nuestra conciencia para perder el control. Para encontrarlo. Como procurando una libertad amniótica, escapando.
            De la misma forma, en el psicofármaco, encontrar nuestra identidad. Rescatar lo que es nuestro y lo que es transitorio, distorsionante: la enfermedad mental.
            Es esto lo que me reclaman cuando me ven tragar las pastillas, control y libertad.
            Pero, cuando mi cerebro no está funcionando bien, cuando mi personalidad está tiñéndose de gris o volviéndose inestable… ¿qué es lo que queda de mí? ¿De dónde vienen las perturbaciones? Quizás sean intrínsecas, quizás sean una reacción a algo que me está pasando.  
            ¿Quién soy? ¿Tiene algún sentido esta pregunta, planteada así? A veces, me pasa que no duermo en toda la noche y al amanecer se me ocurren “ideas brillantes” que al pasar por el tamiz de la razón, van al desguazadero. Eso se llama hipomanía. Ése no soy yo.   

miércoles, 16 de marzo de 2011

Leer sobre leer

El club Dumas, de Arturo Pérez Reverte, La casa de papel, de Carlos María Domínguez, Netchaiev ha vuelto, de Jorge Semprún, La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón. Libros que hablan de leer. Debería elaborar: libros en que la relación de los protagonistas con otros libros es primordial en la trama.

El club Dumas es una clara reivindicación del folletín de aventuras como literatura valiosa. En su página web, Reverte vuelve a enfatizar la idea que recorre todo el libro: “Un novelista sólo es bueno si cuenta bien una buena historia”. El protagonista, un “mercenario” en la caza de libros valiosos, se ve obligado a vivir, por los designios de un sombrío grupo de fanáticos de Alejandro Dumas, la historia de Los tres mosqueteros en carne propia.

La casa de papel trata la idea de que la literatura no es un pasatiempo, sino una forma de vida. Necesaria. Cruel. Quizás eso sea leer: encontrar compañía en el ostracismo y consuelo en la soledad más corrosiva. Es la historia de un coleccionista de libros, que, luego de incendiarse parte de su archivo, decide mudarse a la costa rochense y construir una casa hecha de libros.

En Netchaiev ha vuelto se repite como mantra una frase de La conspiración de Paul Nizan: “Eran cinco jóvenes, todos en la edad difícil, entre veinte y veinticuatro años; el futuro que les esperaba era turbio como un desierto lleno de espejismos, de trampas y de inmensas soledades”. Los protagonistas se sienten viviendo (o reviviendo) la historia escrita por Nizan. Historia que, a su vez, retoma los temas y repite la estructura de Los demonios de Fedor Dostoievski, un libro sobre el revolucionario ruso Serguei Netchaiev. Los personajes de Semprún conocen la realidad, se relacionan con ella, desde la literatura, “como si sólo fuera posible vivir la realidad así, confirmada, enriquecida, iluminada por las bellezas de la literatura”.

La sombra del viento es el título de un libro ficticio que aparece en la propia novela. Es tal vez el que destila más nostalgia por los libros no leídos. El protagonista se siente impotente ante la inmensidad de libros que se han escrito. Reflexiona, con un hondo pesar, que si él ha encontrado un universo nuevo en La sombra del viento, tantos millones de universos han quedado olvidados, inexplorados. “Me sentí rodeado de millones de páginas abandonadas, de universos y almas sin dueño, que se hundían en un océano de oscuridad mientras el mundo que palpitaba fuera de aquellos muros perdía la memoria sin darse cuenta día tras día, sintiéndose más sabio cuanto más olvidaba”.

Elegí hablar de estos cuatro libros porque explicitan un artilugio literario que se emplea siempre, lo sepa el autor o no: la intertextualidad. Roland Barthes, el semiólogo francés, decía que los libros son mosaicos de citas, que están siempre atravesados por otras escrituras.

La intertextualidad es el diálogo entre textos. Extrapolado a la vida cotidiana, nuestras relaciones con cualquier objeto cultural, nuestras opiniones y prejuicios, están guiadas por nuestro “pasado de lectura”. El mundo es un laberinto hecho de tinta.

El club Dumas, La casa de papel, Netchaiev ha vuelto, La sombra del viento, son novelas humildes. Los autores no pretenden introducir temas nuevos, como sí lo pretendieron, por ejemplo, Dante Alighieri, Gustave Flaubert u Oscar Wilde. De alguna manera, no escriben para inventar nada, sino para explorar la experiencia personal, íntima, de leer, de vivir la literatura.

Estos libros me parecen valiosísimos ejercicios de honestidad intelectual. Nos construimos como escritores desde la lectura de otros textos. Vivimos en un mundo de referencias literarias. Somos producto de otros creadores.

La lectura no es un medio para conocer la realidad. Es uno de los mecanismos mediante los cuales construimos nuestra realidad.

martes, 15 de marzo de 2011

Detener la avalancha

 “Lo que distingue a un novelista es una mirada propia hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida. Espera a que ésta te deje huellas y cicatrices. A conocer las pasiones que mueven a los seres humanos, los salvan o los pierden. Escribe cuando tengas algo que contar. Tu juventud, tus estudios, tus amores tempranos, los conflictos con tus padres, no importan a nadie”.

Esto es parte de un artículo de Arturo Pérez-Reverte titulado “Carta a un joven escritor (I)”. Reverte es categórico en su pedido, e incluso demasiado vehemente a causa de las decenas de manuscritos inéditos que le envían noveles escritores que buscan su consejo, o su ayuda para publicarlos. Solo escriban para otros cuando tengan algo que decir. No nos hagan perder el tiempo. Sus escrituras introspectivas, por más talento que demuestren, no van a conmover a nadie.

Tiene razón. Pero como estudiantes de comunicación, no tenemos alternativa. Nos obligan a escribir desde muy chicos. Incluso, como en la clase que estamos cursando, (“Taller de redacción para blogs”), a publicar lo que escribimos. Y luego indefectiblemente torturamos a nuestros padres, amigos y parejas para que lo lean.

Pérez-Reverte es un escritor imprescindible. Como decía un crítico, cada uno de sus libros es un acontecimiento literario. A nosotros no nos dan la oportunidad de que cada una de nuestras obras sea un acontecimiento. Quizás sea algo bueno: nos escupen al mundo, nos obligan a abrimos a las críticas de un público más amplio que nuestros profesores. Creo que con esto esperan que produzcamos textos leíbles. Que interesen a alguien.

Hay muchos jóvenes que escriben para conocerse, para desmenuzar sus experiencias y sus impresiones hasta sacar algo en limpio. Producen textos íntimos, reflexivos, y luego cometen el error de publicarlos en internet.

Al final, somos producto de twitter. De facebook. Nos cuesta separar íntimo de social, (interés) público de (interés) privado. Nos faltan filtros. La democratización de los medios, la posibilidad de publicar sin la mediación de un editor, nos ha llevado a escribir y publicar con una modalidad verborrágica.

No estoy hablando solo de los artículos mal escritos. Un blog que es un diario íntimo, ¿merece la pena ser leído? Antes de apretar “compartir”, todos deberíamos preguntarnos: compartir, ¿con quién? Por lo general, la respuesta sería ambigua: con todos, con nadie. Cuando publico en facebook, hago mi escritura accesible para cientos o miles de personas. Siento que no escribo para nadie.  No existe un interlocutor: las redes sociales son tan públicas que terminan siendo un espacio para las reflexiones más íntimas. Un espacio de desahogo.

Seamos más humildes. No creamos que nuestros conflictos cotidianos son originales, pertinentes. Hay suficiente material basura circulando. Ya que no vamos a inventar nada nuevo, ya que todos los conflictos han sido planteados desde la antigüedad, pensemos en los lectores. Tengamos un poco de compasión. Seleccionemos. Destilemos. Exploremos lo que podemos producir antes de echar mano al exhibicionismo impúdico.

Borges aseguraba que uno llega a ser grande no por lo que ha escrito, sino por lo que ha leído. Enrique Medina, el escritor argentino, decía que para modelos hay que ir directamente a los gigantes, que ya es suficiente con vivir entre mediocres. En “Carta a un joven escritor (II)”, Pérez-Reverte plantea algo parecido:

 
“Interroga las novelas de los grandes maestros, los clásicos que lo hicieron como nunca podrás hacerlo tú, y saquea en ellos cuanto necesites, sin complejos ni remordimientos. Desde Homero hasta hoy, todos lo hicieron unos con otros. Y los buenos libros están ahí para eso, a disposición del audaz: son legítimo botín de guerra”.

Debemos consagrarnos como lectores antes de poder madurar como escritores. Aboquémonos, como decía Borges, a construir nuestra propia catedral. Quizás con menos Stephanie Meyer y más Vargas Llosa, pero eso es solo una opinión.

La verdad es que no podemos pretender ser buenos escritores sin formarnos antes como lectores críticos. Y eso es algo que se alcanza con la práctica. Las nuevas tecnologías son un instrumento valioso de comunicación; no las pongamos al servicio de nuestros exorcismos egoístas. No abusemos de la apertura y la inmediatez de los medios.

Seamos más ambiciosos. Tengamos vocación de grandeza.

domingo, 6 de marzo de 2011

OJOS QUE NO VEN

          Todos repiten que “la gente es tonta”. Bueno, ¡suficiente! No somos tontos, pero a veces precisamos que nos señalen ciertas cosas. En el caso que me interesa relatar, Jon Stewart, el popular comediante norteamericano, fue un líder inteligente porque indicó una mentira, una farsa. Hizo público algo que estaba en la boca de mucha gente.


       Año 2004, Administración Bush. Jon Stewart fue a Crossfire, programa de debates de CNN. Les dijo “están hiriendo a América” repetidas veces. Con inusitada seriedad, con humor y respeto, desorientó a los anfitriones del programa. Los encaró diciéndoles que su espacio de “debates” era un “teatro para impulsar políticos” y eso lastimaba, de cierta forma, al norteamericano real.  

       Digamos que el periodismo selecciona información novedosa y la hace pública. Después están los analistas, comentarios, un proceso para nada inocuo. Con tanta noticia basura y con un gran caudal de información disponible, los media deberían ser sintomáticos e indicativos de nuestras ¿prioridades?, ¿necesidades?

        Ok, los políticos no nos defienden. ¿Y los medios? Hipnotizados completamente: media circus, ¡espectáculo espectacular! Cuando los medios ponen la mirada sobre algo… eso se vuelve real. Se hace carne. Es motivo de todas las charlas y opiniones. Como una bazuca, en el ojo de la tormenta, está el foco del lente mediático.

        Cuando Zulma me pasó el video del episodio, que ahora les dejo a ustedes, me puse nervioso. Estas cosas de confrontación me hacen sentir muy incómodo. Pero por lo general, dan buen rating. Y, a partir de esta entrevista, Crossfire fue cancelado.

        Surgió una discusión con Zul. Nuestro punto de anclaje fue: ¡qué impresionante cómo los media dan vida y sepultan, cómo dirigen nuestra atención! El problema de Crossfire: tenía una agenda política demasiado evidente, su “espacio de debate” era una mentira. No, no es que estuviera todo guionado, sino que más que periodismo era marketing político.

        Como no salimos de nuestro asombro, no nos cansamos de repetirlo y diagnosticarlo: estamos viviendo una revolución mediática. Las nuevas tecnologías; las posibilidades son infinitas. Algo muy dinámico ha sido inoculado. Y nadie está a salvo.

        La ignorancia y la indiferencia: atributos de las masas. Ojos que no ven, corazón que no siente. No, no somos tontos. Incluso, hay mucha gente que reacciona, se indigna, se sorprende.

         Somos un público terriblemente subestimado. 



miércoles, 2 de marzo de 2011

Hábitos contrariados: leer cosas raras

       Según Oscar Wilde, tener algo para decir y decirlo: eso es ser un escritor.

         Hábitos de lectura era un post acerca de la fascinación por los mundos ficticios: el esbozo y la imaginación de una mirada hecha verbo. Alguien que tenía algo para contar y encontró la forma. A partir de ahí, un abanico de derroteros: down the rabbit hole. Un mosaico de lecturas.

         En mi entusiasmo por traducir el peregrinaje de la palabra… ¡uh, ya me compliqué! Creo que lo de la “mirada hecha verbo” fue demasiado metáforico. Es que el lenguaje es inflamable, volátil, y corrompe. ¡Entiéndanme! A medida que se desenvuelve, cobra vida. Todo se deforma hasta transformarse y renacer en forma de diálogo.

         Las cosas que decimos se sostienen y están hechas a partir de lo que otros dijeron. Lo escuchado e incorporado… ¿cuántas veces repetimos opiniones que no son nuestras? Y después, luchamos por ser originales y hacer nuestra propia lectura del consumo, de lo que todos consumimos. Los signos de un estancamiento: esos signos estáticos, fijos y tan, pero tan patentados.   

         Cuando escribo, es como dialogar con una hoja de papel. En ese “lienzo mudo y áspero”, en la soledad del flatscreen, evoco recuerdos y fantasías. Mi alucinación, mi realidad: una fina línea que se va ondulando, se convierte en una frecuencia, luego un ritmo. “¿Qué quiso decir?”, es una pregunta inútil. Convertite en un lector.

         Cierta vez, Canalda me contó que había leído que la riqueza de un texto tenía que ver con su intertextualidad. Por ejemplo, aquel pasaje poderoso es el que me hace detenerme y pensar, arborecer, navegar hacia sus raíces, encontrar influencias e imaginar un contexto.


         No, no lo tengo digerido. Escribir opinión es argumentar, y eso me causa controversia interna. Lo sólido de un argumento, su veracidad, radica en que partiendo de las mismas premisas que yo, cualquiera puede llegar a mi misma conclusión. Si todo fuera tan claro y lógico como una deducción, la vida sería eso: la opinión única, universal. Y sin embargo, somos un manojo de nervios: impredecibles, coléricos, enigmáticos.

         ¿Qué quiero entonces cuando escribo? Ser verdadero ¿ante qué? El año pasado, me animé a comprar un libro de cuentos de ciencia ficción. Me encantó. Eran un disparate; absurdos, surreales. Libres y refrescantes, Cuentos de tripas corazón de Leandro Delgado.

          La imaginación es eso: la libertad que le damos a nuestro pensamiento. A veces, decir las cosas de la forma más obvia arruina el momento. Pero otras veces, rebuscándome, improvisando, termino por encontrar algo.

        Hay una palabra que me mata: “inconmensurable”. Para el epistemólogo Kuhn, es cuando dos paradigmas, dos formas de ver y pensar, no pueden ser comparados entre sí. Por ejemplo, la modernidad y la postmodernidad. Por ejemplo, la tierra plana y la tierra esférica. O dos personas. La lógica de cada sistema es inconmensurable.

         Entender, entender, repetilo hasta que pierda sentido. Y luego, ponete a leer.