viernes, 27 de septiembre de 2013

NEW AGE

1.        
Viví mucho tiempo en una incubadora, con los ojitos abiertos y agazapado como un caracol. No conocía la fricción en la piel. No sabía qué sienten los hombres en la  performance de sus cuerpos.
La nube caótica de los alrededores se infiltraba y me alimentaba. Este vaivén nutritivo formó mi conciencia. Además, yo solía ejercitar la creatividad incluso en el estado ingrávido que había elegido.
No importa cómo, la ejercitaba. Tenía varios cuadernos llenos de inventos que había plasmado desde la incubadora. La historia de la banda Fashion Emergency, por ejemplo, es de mi total y completa autoría, al igual que su sencillo Boom: un hit moderado y reconocido en el ámbito de la música bailable, amena.
Pero la tristeza era global.
Sin querer habíamos perdido, en infinitos viajes, la memoria de lo que fuimos. Me arrepentí cuando me alejé mucho del hogar.
Aquí la gravedad suele traicionarme. Es confuso, el tiempo se deforma… y soy atraído por un susurro, siento pequeñas pisadas en la oscuridad. ¿Qué es la incubadora? ¿En qué voy a transformarme?
Éhertor es mi verdadero nombre. Soy como un adulto en un cuerpo de niño, así no envejeceré jamás. Mientras la nebulosa nos persigue, nuestra nave se adentra, tan rápido, a los escombros de la galaxia.

Quizás sea mi humor lo que me mantuvo con vida en la hibernación. Siempre con ánimos de jugar. 

2.
            Me dirijo a Alicante: no lo culpo por haberme elegido en este experimento. Mientras duró la hibernación, hubo goce y éxtasis envolvente, y eso estaba bien. Estaba profundamente bien. Mis ojos se incrustaban en el vidrio y yo podía auscultar el lado de afuera. Veía a mis compañeros y ellos pensaban que yo estaba inconsciente. Jugaban a vestirse como mujeres y se notaba que se alegraban muchísimo.
Mis hemisferios cerebrales funcionaban al unísono y la sinapsis había derretido el cuerpo calloso que los separa. El centro de placer emanaba bienestar y avasallaba cada uno de mis rincones con sentimiento latino. Era el mismo sentimiento que cuando vivía en la superficie. Aún puedo recordar los bombardeos y me produce escalofríos. Al final de la catástrofe, no se separaban las noches de los días.
            En el laboratorio de la nave-planeta, quedábamos solo los buenos y solitarios muchachos. Éramos jóvenes, sensuales, ávidos por experimentar con nuestra capacidad sensorial. Y a pesar de que logramos resistir los embates de la catástrofe, de que estábamos guarecidos y a salvo, sentíamos que una parte de nosotros había perecido en la hecatombe.
La mayoría era huérfana al momento del ataque. Nos habíamos refugiado por diferentes razones y sin embargo, fue gracias al proyecto Simbiosis que sobrevivimos. Logró reunirnos y nos dio algo en qué trabajar.  
3.
Proyecto Simbiosis // Parte final primera.
Soy Alicante, el comandante de esta nave misionera, y estoy más inquieto que de costumbre. La tripulación ha pasado varias semanas con ciclos irregulares de sueño y prolongadas vigilias. La experimentación no ha dado los resultados esperados: cada vez son más los que quieren inhibir sus funciones vitales y entrar en suspensión.
Voy a dejar la síntesis de lo que nos ha traído aquí. Le temo a la corrupción y a la melancolía. 
En un principio, se rebelaron los mares. Enardecidos y furiosos, estrellaron su potencia magnífica contra nuestras construcciones. El vaticinio de los sacerdotes era muy claro: debíamos detener los excesos o se perdería el equilibrio.
Los ángeles convocaron una reunión de emergencia, presidida por los Altísimos Sabios. Nuestro planeta era descarriado, lo sabíamos. Seguimos con la infantilidad hasta en los últimos momentos. No hubo evacuación posible: la mayoría de las almas estaba condenada y el resto decidió sacrificarse.
Los ángeles, con su fuego terrible, destruyeron todo. Con su voluntad férrea, nos infundieron una calma inaudita en los momentos más álgidos. De ellos emanaba una corriente fantasmagórica de tranquilidad. Sin embargo, hubo uno que no siguió el mandato. Leónidas, el rebelde, se contactó con los pocos monasterios fieles a la tradición.
Él nos preparó en el proceso de transubstanciación. Hoy estamos ocupando cuerpos que pertenecieron a los primeros pobladores del planeta. Cuerpos que fueron rescatados y llevados a las cuevas por una de las primeras misiones-comando de implantación de las razas. Nuestra intención, sin embargo, no es la de colonizar ni propagarnos.
Leónidas, antes de dejar su recipiente, me encomendó que tripulara a los hombres hacia el advenimiento de un posible contacto. El proyecto de redención implicaba revocar la decisión de los Altísimos Sabios.
La última noticia que nos ha llegado es la de su  muerte. Su supuesta traición hizo que devolvieran su esencia al Estanque Eterno. Lo han borrado de la existencia. Todos hemos emprendido fuertes ayunos y vigilias para mantener viva su llama en el camino de la tribulación. 
4.
Acá Éhertor, siguen las promesas de que volveremos.
Cuando fui joven, recuerdo que formé parte de la demostración y de la solución del problema. Ojalá no esté equivocado y vuelvan los tiempos de la solución.
A veces lo pienso y me aterra regresar. El peso de mi cuerpo en este relajamiento inerme, atado a los años noventa, me lleva a meditar mientras el mundo está en pausa, destruido y quieto. ¡Atado a la década del noventa!, con una idea parcial de cómo será el futuro.
Yo vivía alienado antes de que me presentaran al comandante Alicante y a los monasterios. Desde chico, me habían acosado espíritus –no hay muchos con mis habilidades. Tuve que aislarme porque me di cuenta de que estaba dañando a mis amigos. Mis amigos no creían en la tradición. Yo era explosivo, incluso antes de dominar mis habilidades. ¡Solía poner música, cantar y bailar!
Quise no hundirme en la tristeza global. Me fastidiaban la terquedad y las poses. Entonces, conocí a Alicante y a su ejército: eran una faceta nueva del mesías que todos esperábamos.
Alicante, ¡qué personaje! Era alto y oscuro. Juntaba a todos sus seguidores y nos bombardeaba con sus rayos de amor.
Era un amor inolvidable, sensato y cuidadoso. Enseguida, me convertí en su aprendiz.
Todos confiábamos en el deseo. Los que más tambaleaban, enseguida los hacíamos entrar en la lógica de la redención. A pesar de que la mayoría abusaba del amor, la intención era vaciarse y desposeerse.
Nos protegimos de la enfermedad. No creíamos en el contagio ni las aflicciones. Alicante nos guareció, nos internó en monasterios y aprendimos a regular los ciclos del hambre. Saciamos la necesidad con lo mínimo y disciplinamos nuestros cuerpos.
No queríamos reproducirnos, solo estábamos dispuestos a probar una forma distinta de coexistir. ¡Atada a los años noventa!, con una visión infantil y espontánea. 
5. Proyecto Simbiosis // Parte final segunda.                         
            Éhertor ha venido transformado, varias veces, mientras dormitaba. La tripulación ancló las cámaras de suspensión con grilletes, atravesamos turbulencia.
Éhertor fue uno de los primeros bautizados que sumergimos en el nuevo régimen. Era tan sumiso y obediente que no nos asustó desprenderlo de su cuerpo. Si alguien podía resistir los embates del alma, era él.
Temo revelar lo que he aprendido a los tripulantes. Siempre sospechamos que el universo podía comprimirse. La geometría del espacio se nos reveló más clara desde la catástrofe. Somos como un péndulo que se balancea desde un punto muy alto y oscuro. La nave-planeta nos dio longevidad.  Gracias a los experimentos sobre mentes débiles, entré en contacto con Leónidas, el traidor. No logro sentir la eternidad. Temo el embate de las almas, la ráfaga violenta de los ángeles y el ocaso de mi pueblo. 
6.
            Acá Ehertor. Me estoy aproximando al centro de la incubadora. Hay un orificio. Siempre lo hubo, solo que ahora puedo recordarlo.
Antes, cada vez que me aproximaba al centro, volvía a empezar… y olvidaba.
Cuanto más me alejo de este punto, más desorientado me encuentro.
En este orificio, he encontrado una referencia. También, el coraje. Debo seguir buscando formas de plantear el problema. Creo que comienzo a despertar.
No soy ningún mesías. El contacto con el comandante Alicante y su grupo me ayudó a encontrar sentido.  Finalmente, puedo despegar y contemplo de lejos el peso de las elecciones. La libertad que teníamos, el engaño.  Éramos parte de algo que, desde tiempos inmemorables, nuestra civilización conoce como mesías. ¿Cómo explicarlo?
Quizás, el sentido esté ahí todavía. Es más fácil cambiar las cosas que las palabras. Me repito con ternura que esto va a pasar, que nada me espanta y que con paciencia...
Medir las cosas siempre fue un problema. Grande, chico, inmenso, todos nos comparábamos. Los ángeles no dudaban ni decidían. No había dos caminos.
El cuerpo es el jardín del alma. Si no encontramos el cuerpo… ¿quizás fue porque nunca lo perdimos? ¡Todos atados a la década del noventa! Con gran entusiasmo, quisimos empezar mil años más. No supimos, no recordábamos. ¡Éramos tan jóvenes! 
            Ángeles arriba, hombres abajo. 
7.
            Sin tribulación, como un mediodía de sol radiante y cenital.
Así de claro y potente era el fervor que despertó a Éhertor.
Éhertor se desvistió e hizo gala de su cuerpo andrógino. Todos lo alabaron. En la primera cópula, el ángel lo inseminó y quedó preñado. Era un hombre fecundo.
A continuación, descendieron por el barranco. Abrieron la compuerta. Alicante no resistió la luz. ¿Me besó? ¿Huyó?
El cielo estaba dividido: un horizonte era claro y luminoso y el otro, opuesto, oscuro, sin temblores ni límites. Los ángeles nos dieron metales para construir naves. Ahora puedo hablar con mi cuerpo y recordar los peregrinajes y la primera colonización. Mi corazón irradia fulgor y me agrada. Llevo el niño de la nueva era. Las leyes de la libertad han cambiado. Un día de paz.
“¿Cómo liberar el día perfecto?”, me pregunto mientras doy mis primeros pasos. 

Metamorfosis Reversa


Me desperté incómodo y supe enseguida que en mí había algo raro.

Corría más rápido que de costumbre. Mis piernas parecían obedecer al instante los movimientos en espiral de la pelota, que por lo general acostumbraba a evadirme. Esta vez vino directo a mí y todas las defensas del otro equipo fueron en vano. Mi agilidad, como un filo veloz, circundó y traspasó todo.

¿Metí el gol? Mi padre cantó conmigo un himno inolvidable de victoria.

Ese vitoreo lentamente se diluyó en la saliva que humedecía las sábanas y las fronteras de la almohada. Parpadeé varias veces y escuché el maullido.

– ¿Otra vez lo mismo, Seba? – dijo con un ronroneo tranquilizador

Gonza saltó sobre mi pecho y me lamió la mano que colgaba destapada. Sus ojos de puro animal no reprochaban nunca nada.

– Sí, pero no. Esta vez gané.

Y en ese momento fue que supe (¡sé!) que algo había cambiado.

– Yo no noto nada – respondió Gonza

– Sí, es algo en mi piel. En mi panza. Es como cuando comés demasiado o tenés resaca. Pará que me miro al espejo.

La superficie de vidrio observó cómo yo abría mi boca, la cerraba, contorsionaba mi rostro. Mi pelo no estaba verde, no me había crecido una uniceja. Levanté los párpados y me froté los ojos. No, pero sí, algo había cambiado.

Sentí enseguida el olor a tostadas y temí. Mi madre o mi padre sin duda se darían cuenta. Ellos me alertarían y encontraríamos la cura de este malestar. Seguro era algo que papá o alguno de sus colegas médicos podía arreglar. Pero primero, lo temible era el diagnóstico.

Antes de vestirme, me fijé si no me había crecido vello en algún lugar insospechado. De vuelta, no era eso.

Gonza me siguió hasta el comedor, zigzagueó entre mis piernas.

– Mamá… creo que…

– Nene, ¿qué te pasa?

– ¿Por qué? ¿Ves algo raro?

– Sí, pero no es algo que vea. Es como alrededor tuyo. Estás rarísimo. Se te nota… como pálido, no, no es eso, como diferente. ¿Qué te hiciste? ¿Tomaste alguna droga?

– No, nada, no, por supuesto que no.

– Esperá que tu padre sin duda nos va a saber decir qué es.

Gonza saltó sobre el sillón, atento, y noté que intentaba reparar en estos cambios.

– Yo no noto nada – aclaró con su voz felina.

Con su caminata pausada y color ocre, papá invadió primero la cocina con el humo y luego con su constante desaprobación.

– Seba, ¿qué tenés?

– Nada, ¿vos también notás algo?

Mi temperatura corporal no cambiaba. Todavía podía escuchar la voz de Gonza que se desprendía de sus maullidos. Mi piel seguía blanda y áspera. Todo parecía normal. Pero dentro de mí se desenfundaban nubes de tormenta y nuevos contrastes. En mis ojos, se perfilaban matices insospechados. Atisbos.

Entonces recibí un mensaje de texto. Era Pablo que venía camino a casa y me preguntaba si ya estaba listo para salir al liceo. Y ahí lo supe.

Se abrió la puerta principal. Pablo tiene llave.

Y cuando lo vi, el corazón palpitó de otra forma. Las manos comenzaron a sudar. Entré en un clima diferente y temí que todo esto fuera cierto, porque lo era. Hoy lo era.

Gonza me miró y me susurró:

– No tengas miedo.

Y yo pensé, “¿qué mierda sabe un gato sobre esto?” Pero Gonza no es un gato cualquiera. Gonza no caza ratones.

Cuando Pablo se plantó frente a mí para darme la mano y abrazo de costumbre, no me pude contener. Corrí la cara, en un solo movimiento seco, como quien frena desesperadamente un auto, y lo besé. Todo se había acabado.

Papá se atragantó con su tostada. La leche que mamá vertía en la taza comenzó a desbordar.

Pablo me alejó como un disparo y puso la cara más tremenda que recuerdo haberle visto. Era asco, asombro y rechazo. Era mierda.

– La putísima madre que te parió, enfermo, te vas de esta casa.

La sentencia de papá era correcta.

El gato no precisó sisear palabra alguna. Conocía este destino y siempre sería un benefactor de mis pisadas. Al fin, no había más caretas (ni goles, ni carreras ágiles).

Yo me sentí extrañamente complacido, como una masa que ha terminado de leudar y al mismo tiempo, como una tabula rasa.
Por primera vez, además de escucharlo hablar, vi a Gonza sonreír.

Dragón


Fuerzas externas
Nos sabotean
Somos nosotros
Los irresponsables
Las teníamos cerca
(con nuestras pasiones).
Las tentamos
(acaso sin quererlo).

Olvidé quién era
Que quisiera no haber sido
No será nuestro cuerpo
El que se dilata
La lucha vive
Y se hace en la carne.
La muerte será más aterradora

Porque estará plena de incertidumbre.

UN DRAGÓN ANIQUILADOR

La encontré con la cara maquillada, en pose de maniquí. ¡Qué exhibicionista! Espanté a las criadas y cerré yo misma los grandes bastidores. Las madrugadas de Londres son siempre húmedas.
Era mi hermana gemela y sin embargo, vivía a un abismo de distancia. Joanne insistía en explicarnos que no era una adicción sino una forma trágica de ser-como-soy. Y aunque los cánones de la medicina son traicioneros, ella repetía exaltada “nunca podré ser adicta. Lo que soy no se define por lo que hago”. 
Me senté en la cama, al costado de su vestido de novia que apenas se lucía en esa penumbra. “Eres totalmente predecible, hermana”, pensé. Guillaume y yo deberemos lidiar, una vez más, con esta humillación. 
Si lo que ella buscaba no estaba en nuestro patio, será que en realidad ¿nunca lo había extraviado? ¡Tan manipuladora, Joanne!  Llevó a mamá a una depresión sin fondo. Hasta su muerte, prematura y dolorosa, mamá no dejó de culparse.
Joanne caminaba por el dulce tránsito de la perdición, entusiasmada de que no iba a llegar a ningún lado. Estaba high por supuesto.
Había sido una niña temerosa. Recuerdo su llanto cuando descubrió el polvo en el altillo de la vieja mansión de Nana. ¿A quién se le ocurre prometerle a un niño algo más que muebles descascarados? Los millones de Nana le dieron rienda suelta.
Joanne buscó la enfermedad. Así me lo confesó, con ese desparpajo. Su amor era tóxico, no había límite para la decadencia. “Es solo compartir una jeringa y ver qué pasa”, me dijo, aunque creo que siempre tendrá la duda de si la conversación realmente ocurrió. 
Ignoro si lo logró o si desistió. Es irrelevante. “Mi deseo es simplemente tan transgresor que excede las tímidas concesiones de los pequeños deseos”, le escribió a nuestro padre con ese tono ampuloso que tanto la caracteriza.
Si yo hubiera traicionado su búsqueda, ¿no sería ese el más brutal de los asesinatos? Morir en vida, esa es la locura.
Cuando la encontré con la cara maquillada, dura, totalmente dura, la acosté y le lavé un poco los ojos. Tomé la almohada y la presioné contra su rostro.
Mi hermana gemela era tan derrochadora.