viernes, 13 de abril de 2012

Confianza


Adentro

Mi corazón te espera. Es lo único que queda de mí, estoy adentro de otro. Búscame.

Títulos


La primera carta


Querido JC,

Sé que estoy de porro. Estas palabras, sin embargo, no son insignificantes. Estos días que he incrustado en tu vida. Aspirando tu aliento. ¡Y todo lo que he logrado observar! Estos días de aspiradora. Esta vida de mentira que me construyo a tu lado. Todo ha sido tan genial. Me doy cuenta de lo mucho que nos separa. No solo un río. Un recuerdo de miles de años me inunda la memoria. Un eterno presente que se hace cercano y movedizo. Olvidar tus susurros, cachetadas, dolores en el pecho. Darte de vivir y de comer en mi cuerpo. Querer quizás que me raptes y me doblegues para que aprendas de mis chorros de demonio. Esto y más, te prometo que estás dentro de mí. Si  tuviera tiempo, de ser  fieles, si hubiera chance, seríamos en serio, olvidar los problemas, estar.

Cuando se me plantea, como sin opción, sin reprochar ni incitar nada, este camino de estar contigo. Y si yo te digo además que nunca me han dejado. Y si yo te digo también que vivo sin recuerdos. Te quiero deslumbrar.
Que un día digas que me conociste. Que hubo algo infinito que nos unió. Fuimos recorridos por jinetes locos que cabalgaron en nosotros. Que sepas que soy tan grandioso como vos. Que me odies: odies extrañarme. Siento que ha pasado demasiado por mi cabeza: la lentitud, el tiempo, estar. Que me asedian sueños. Lo sueños han sido como una lluvia de meteoritos. Inesperada. Ajena. Violenta.

Desde tu distancia, te veo recorrerme. Estás aquí siempre, y me levantas. No dudo un instante de tu egoísmo y tu generosidad. Tenés el corazón más grande que el pecho. Si quisiera dejarte… nada. Adoquines. Los pondría entre mis manos y te dejaría levantarlos. Vos me dirías “qué pesado, esto es tuyo, yo no lo quiero”. Pero te haré llevarlos, uno a uno, para enterrar todo lo que no pudimos decir. La distancia. Estar.
Siempre sueño con hombres como vos que dicen no precisar a nadie. ¡Vení! Te voy a atar. Serás dependiente, a mi merced, cargarás mis lágrimas.
Nada de esto sería posible si no estuvieras dentro de mí. Te llevo a todos lados. A veces, la mayor parte del tiempo, ni cuenta me doy.

Juan, dejame vivir. No me apreses. No me uses.
Te doy mi corazón. Hacelo mierda.
Con amor,
Camilo

jueves, 12 de abril de 2012

BABY, ¡OH!



            Escuchábamos esa música disco. El equipo omega de rescate, nosotros. No precisábamos explicarnos. La multitud nos veía avanzar con nuestras gorras, guantes y jeans. Nuestro cabeceo era contagioso, nuestras cejas se arqueaban al unísono. Un, dos, giro, tambaleo, y una pausa. Miradas fuertes y tensas, mucha expectativa.
            La mirada, un poco gacha, ¡no pares!, ¡deja que el ritmo te tome!, y enseguida la lírica del canto con perfectas coreografías. 
            La misma canción varias veces hasta conseguir el estímulo y la vibración. La hacíamos germinar y reproducirse. El espacio, sus rincones y recovecos, se estremecían de ritmo. Dábamos las órdenes: ¡muevan el culo!, chicos, ¡aprendan a tener caderas! Sientan la complejidad del derrumbe, la estructura de las demoliciones. Y Dios, Dios, ¡bailen!
            El equipo omega, con su melodía inequívoca, traducía cada movimiento en baile. Las palabras eran casi circunstanciales y servían solo como artilugios para confeccionar el ritmo. El diseño de los sonidos no permitía que el público identificara su procedencia. Todo era un instrumento en potencia, nada se consideraba artificial. 
            Date cuenta de que no soy un robot.