¿Cuáles son estos valores educativos en que tanto insisten algunos sectores de la izquierda uruguaya, con la viceministra del MEC María Simón y el representante de los docentes en el Consejo de Educación Secundaria Daniel Guasco a la cabeza?
En el 2009, la prueba Pisa arrojó resultados alarmantes: el 40% de los alumnos uruguayos de 15 años presentó niveles deficientes en lectura, matemática y ciencia. Por suerte no tenemos nada que temer, porque tanto el problema como la solución están claros.
María Simón se encargó de dilucidar el núcleo de la crisis educativa: en la prueba Pisa “solo se realizan pruebas sobre lengua, ciencia y matemáticas a cientos de alumnos y no son tenidos en cuenta los valores”; el estudio es “insuficiente” porque solo refleja “un pedacito de la realidad”. ¿La otra gran porción de la realidad —ésa que sí debe ser tomada en cuenta— será la del 75% de uruguayos que no terminó el liceo o la de la participación creciente de menores en los delitos (según las cifras manejadas por el diputado colorado Germán Cardoso, 53% en 2009)?
Por su parte, Daniel Guasco propuso que la medición de la enseñanza se ajustara a la realidad “de la educación pública y privada uruguaya”. ¿Qué quiere decir eso? Compararnos con países de la región con sistemas educativos tan deficientes como el nuestro, ya que comparar a Uruguay con Finlandia (un país que dedica 8% de su PBI a la educación) es “imposible”, porque sería como comparar a “un niño que tiene mucho dinero con otro que es muy pobre”. Nótese la liviandad con que acepta que un niño pobre nunca podrá llegar a saber tanto —y por ende a tener tantas oportunidades— como un niño rico. Pero tampoco por esto debemos desesperar: aun con el sueldo de 3000 pesos al que podrá aspirar, el niño pobre siempre tendrá los buenos valores que le han trasmitido sus profesores. Sí, esos profesores que faltan siempre a clase y atribuyen la crisis educativa a sus bajos salarios, los mismos que enseñan sobre el compromiso, la solidaridad y la responsabilidad.
Luego de renunciar a su cargo como secretaria administrativa del Consejo Directivo Central (Codicen) de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), Graciela Bianchi (actualmente directora del liceo Bauzá) hizo algunas declaraciones esclarecedoras a El País. “En los últimos años hubo una cuotificación política adentro del Frente para determinados sectores, léase MPP y Partido Comunista. Y los que tenemos independencia de criterio, aunque seamos frenteamplistas, no tenemos absolutamente ningún lugar. La crítica no se acepta, se entiende como una deslealtad. Y también veo que en los profesores hay mucho miedo”.
Así que el Frente Amplio no solo empleó un criterio de reparto político (en evidente detrimento de la idoneidad técnica) en una de las áreas en que éste es más dañino, sino que censura la crítica entre los profesores, según Bianchi, asustados de perder sus cargos. “Mucha gente valiosa está callada la boca para no tener problemas”.
Ir al liceo, que debería ser una experiencia estimulante, en que los jóvenes ejercitaran su creatividad en proyectos prácticos y estudiaran materias novedosas, es en realidad una tarea rutinaria y tediosa que no entusiasma ni a profesores ni a alumnos. Los programas, inflexibles y desactualizados, están orientados a educarlos para ser ingenieros, médicos, economistas o abogados. Pueden olvidarse si son buenos músicos o escritores, si son excelentes oradores, si quieren entrar en la política, ser directores de cine o fotógrafos. Ésas son oportunidades reservadas para los ricos, o para los pocos que van a la universidad. No existen ámbitos en la educación secundaria para que los jóvenes desarrollen capacidades críticas y de innovación; para que se interesen en política, economía, cultura, o para que aprendan a educarse por sí mismos una vez que terminan el liceo.
La educación (aunque estos días se haya convertido en un tema candente en el debate político), no se trata con la urgencia necesaria. Mientras las autoridades discuten si cerrar o no los liceos por un año, más y más jóvenes abandonan, y los profesores no toman la iniciativa de buscar, por todos los medios posibles, formas de mantenerlos motivados. ¿Y por qué lo harían, si de todas formas no se hace a los docentes responsables del mal rendimiento de sus alumnos? En este momento podríamos tener al próximo Onetti en las filas de nuestros liceos públicos, y nunca, ni él ni nosotros, lo sabría.