viernes, 11 de febrero de 2011

Salvemos los domingos

“Ya que te has desprendido de ese horrible peso y estás libre y sin trabas, ¡corre a tu esfera! No es la de aquí. Aquí, confusas, agitadas y salvajes, nos rodean visiones grotescas. Solo allí donde miras claro a la noble claridad, y eres dueño de ti y en ti confías, ve allí donde lo bello y lo bueno agrada, ve a la soledad y has allí tu mundo”.
Goethe


Entonces, me di cuenta de que hace mucho que estoy soltero y de que me siento solo. También pensé que la libertad es una ilusión; mucho se nos impone; muchas veces somos víctimas de una educación y una herencia ideológica (enmascarada o no). Cerré los ojos y me concentré en el presente: responsabilidades, todo lo que debe ser. En otro post intentaré discurrir sobre la libertad, escurridiza, maldita, pero ahora me interesa indagar sobre lo que para mí significa la soledad
La verdadera soledad es un alivio, un resguardo atemporal. Es el peregrinaje que nos lleva a la paradoja de los vínculos. “Yo estoy contigo, yo me doy y me comparto, pero al mismo tiempo estoy solo. Hay una parte de mí que es ajena a cualquier perturbación”. Más importante aún, la soledad tiene un extraño poder redentor: nos da un espacio de intimidad impenetrable que enaltece nuestros vínculos. No solamente es nuestro refugio más indestructible, sino que al atesorarlo, estamos garantizándoles a los demás una comunicación genuina y sincera.
La soledad parece un peso para el hombre de hoy. La intentamos combatir por muchos medios: a través de la narcotización y el aturdimiento, equiparándola a una carencia afectiva. Resulta intolerable estar solos: porque nos aburrimos, angustiamos o desesperamos. En la sociedad de consumo, solemos buscar la inmediatez. Las relaciones son efímeras, los contactos, superficiales. A través de redes sociales y de perfiles electrónicos, nos definimos de forma cada vez más rígida y estereotipada: buscamos compañía y tenemos una cierta noción de lo que es valorado en el mercado. Procuramos a partir de etiquetas, catalogamos a las personas y nos aterra lo impredecible.
Mis momentos de mayor lucidez son cuando me doy cuenta de que cualquier problema existe solo en mi cabeza, de que “sentirme bien” es algo independiente de cualquier circunstancia.
La soledad es desvalorizada colectivamente. No solo se presume que causará malestar en el que la padece, sino que es desaconsejada y mal vista. ¿Cuál es el riesgo de estar solo?