Deserción. Repetición. Ausentismo. Desigualdad. Centralización. Masificación. La educación pública en Uruguay ha llegado a un punto crítico: las propuestas educativas tradicionales han probado ser ineficaces y las autoridades no se animan a hacer cambios radicales.
Sin embargo, el presidente Mujica tal vez haya acertado en señalar una de sus mayores carencias: la educación falla en dar cariño. Cuando el secretario de la Presidencia Alberto Breccia dijo que algunos no entendían la profundidad de Mujica, bien podría haber estado hablando de afirmaciones como ésta. Suena banal, reduccionista, simplificador. Pero quizás la falta de cariño sea realmente el núcleo de la desmotivación de los estudiantes, de la deserción, del ausentismo.
Entrar al liceo significa relacionarse con más de una decena de profesores, cada uno ocupado en varios centros educativos, sin tiempo ni disposición para forjar algo más que una relación efímera y precaria con sus alumnos.
Aproximadamente una de cada tres clases pautadas no se dictan: el ausentismo docente, problema indignante si los hay, no se castiga. En cambio, se premia la antigüedad. No la creatividad, la iniciativa, o el nivel de los alumnos. Porque en Uruguay somos todos iguales. Nadie debe sobresalir demasiado.
El estudiante se siente “como en una especie de aeropuerto atestado de gente en el que hay una pauta de funcionamiento marcada por un timbre que suena y sale un profesor y entra otro, y sale otro y entra otro. No hay una conformación de hogar, de contención, de orientación, no hay escucha a los alumnos”. Así lo puso Daniel Corbo, el representante de la oposición en el Codicen, en una entrevista en El Espectador.
La verticalidad, la centralización, impiden que los estudiantes participen en las reformas educativas. Nadie los escucha. La mayoría de los profesores no se preocupa lo suficiente para darles clase. Los que sí se preocupan, trabajan en varios liceos y tampoco están allí para escucharlos, asistirlos, guiarlos.
La principal función de los profesores no es trasmitir conocimientos concretos, sino enseñar a aprender autónomamente, trasmitir pasión, entusiasmo por el aprendizaje. “La desigualdad pasa por la posibilidad de seguir aprendiendo o de no seguir aprendiendo”, dijo Rodrigo Arocena, rector de la Universidad de la República, en la cumbre educativa.
Un profesor es alguien que debe actuar como guía en un proceso que va a durar toda la vida: hoy, quien no se aboca al estudio ininterrumpido, se estanca. Pero esta función es imposible de cumplir cuando la enseñanza no es personalizada, individualizada, adaptable a las necesidades de cada alumno.
Un profesor es alguien que debe actuar como guía en un proceso que va a durar toda la vida: hoy, quien no se aboca al estudio ininterrumpido, se estanca. Pero esta función es imposible de cumplir cuando la enseñanza no es personalizada, individualizada, adaptable a las necesidades de cada alumno.
“Ante la heterogeneidad de los niveles de aprendizaje y la presencia de estudiantes que declaran estar en clase por obligación (factores que se asocian a perturbaciones del trabajo de aula y a indisciplina), la reacción de profesores con menor compromiso educativo es excluir a los alumnos más conflictivos”, dice Corbo. La “educación en valores” debería darse mediante el ejemplo de los profesores: hacerse responsables por el comportamiento y rendimiento de cada uno de sus alumnos. No solo involucrarse en lo meramente académico y flexibilizar las clases, adaptándolas a los intereses y capacidades de cada grupo.
Mientras se siga homogenizando, dando respuestas masificadas a problemas particulares, desconociendo la individualidad de los alumnos, dejándolos sin profesores que los escuchen, no se puede pretender que ir al liceo despierte ninguna clase de interés.Así que aplaudo la sensibilidad de Mujica, que, aun perteneciendo a una clase política envejecida, pudo entender el desarraigo emocional de una juventud forzada a construir vínculos cada vez más débiles.