domingo, 22 de marzo de 2015

no te lo cuento



YO NO TE LA VOY A CONTAR – ensayo a partir del visionado de Letters from a Yellow Cherry Blossom (2002) de Naomi Kawase.

1. No fuimos a la guerra. Nuestro dolor es heredado. 

La dinámica del control que hoy aceptamos como válida y con la que hemos aprendido a convivir nos propone dilemas éticos interesantes. Nos acerca a tomar decisiones informadas y jugar con nuestra libertad. ¿Qué es ser libre hoy? ¿Cómo vemos el futuro?

Podemos decir que el grado de ciencia total que vivimos hoy (después de haber conocido el totalitarismo y la proximidad de la aniquilación global) nos hace aburridos y predecibles. Leo noticias de bioética sobre la posibilidad real de predecir el comportamiento de las personas, en miras de controlar su agresividad. Los médicos dicen ¿hacer esto es correcto? Podemos mapear los genes del bebé y descubrir qué clase de adulto será. La siguiente noticia me dice que en 2020 curaremos el SIDA y habremos eliminado ese gran dique sexual, generador de un “temor de contagio”, de un riesgo en el otro, que es siempre latente.

La generación X (revolución sexual, ‘80s) se dio a fines del siglo XX y según muchos está en parte asociada y fue fruto de la liberalización penal de la pornografía, el abaratamiento de sus costos de producción, la epidemia del sida, la popularización de los medios anticonceptivos y del uso recreativo de drogas, el fin de la guerra fría y la lucha por la emancipación de las minorías, en particular debido a cambios en el discurso médico y a cambios en la propagación de la cultura científica que son fruto de la accesibilidad (Gutenberg en adelante), fruto del acceso a la educación en un mundo globalizado. Innumerables cambios.

Asociamos control a elementos intrusivos por parte de agentes externos a nosotros mismos. Sin embargo, en la década del ’60 al ’80, filósofos europeos desafiaron este pensamiento. El estado paternalista falla. Ahora, las cosas se consumen y son útiles o inútiles. El control se esparce porque depositamos nuestra confianza en las libertades individuales. La vigilancia permanece y se diluye. Si bien luchamos por ser mejores, ya no es el perfeccionamiento infinito lo que nos guía. Eso fue erradicado por la filosofía de los años ’80. Hoy pensamos (¿sabemos?) que las ideas fueron creaciones. Podemos superar una forma de pensar, o al menos, intentarlo. La reemplazamos por otra, más útil, más funcional. Evolución era mejorar hasta la utopía, pero nunca tendremos la certeza de que vamos a ser mejores de lo que ya fuimos. Asumimos el tiempo, también, porque vivimos más años. La tecnología es rey, es una era de nuevas posibilidades, desencanto y frustración.

El sistema que controla por fuera y siembra el miedo es herencia de los hombres recios que lucharon por proteger al mundo de la catástrofe. Es consecuencia de la agresión, ¿quién tiró la primera piedra? ¿Quién se va a hacer responsable?, nadie contesta. Nadie sabe qué hacer después de que se ha aniquilado el mal de la tierra. ¿Dónde está hoy el mal? Con esta pregunta unos increpan a otros y nadie encuentra paz. En los ’90-2000, no se habla en términos absolutos. La relatividad es nuestro lema, “me parece que…”, “yo creo” y nadie sabe adónde rumbear.

En los ’80, todo había fallado: el New Deal, la guerra abierta, el comunismo. Los agentes de control son individuales y operan de forma mafiosa, a veces caótica, a veces amparada por cómplices gubernamentales. Terrorismo. También, es el vandalismo de las gangs, los motoqueros, las black panthers, y el morbo del under, el descontrol hippie, la rebeldía, el beat. Son los tupamaros, con su violencia y su necesidad biológica de pedir justicia por tanto dolor. Fue una generación de personas que además de pelear, se sintieron olvidadas y culpables porque no pelearon tanto como sus padres. 

Podría hablar muchísimo sobre la generación anterior. La que los libros ya conocen. Así que voy a hablar de mí y de mi generación. Por ejemplo, me resulta molesto escribir qué pienso acerca de todo. Mis pensamientos son privados y se manifiestan a través del arte. 

2. Facebook

A pesar de que paso tiempo en (o con) Facebook, estoy acostumbrado a que me ignoren. Pero busco atentamente un público. Alguien llamado “nadie” me mira y yo tengo la certeza de que no sé si alguien me está realmente mirando. ¿Quién es ese alguien?

“Paranoia” es el término clínico: es el resultado de la desconfianza básica que aprendimos de nuestros ancestros. Aprender fue un movimiento irreversible para el hombre blanco del siglo XX. Él sobrevivió para encontrar comodidad en el sinsentido, o eso se repite mientras inventa la cocaína y patenta miles de inventos de telecompras. El hombre blanco de fin del siglo XX es aquel que vive en los países desarrollados, en el primer mundo, y que en bastante medida es consciente de su propia historicidad. 

Sin embargo, odiamos que nos enseñen porque nos vuelve falibles para los demás. Hace que nos demos cuenta de la imperfección de nuestros estados. Por eso, nos movemos siempre "a más".

La sociedad uruguaya post crisis del 2002 es extrovertida. Va hacia las cosas. No es tan productiva como algunas sociedades anteriores, pero decide “yo sé lo que quiero”. Lo va a adivinar o crear, si fuera necesario. Ya no pretendemos descubrir ciencia, sino acumularla.

Nos atrevemos a decir cosas como el diálogo de Uma Thurman en Kill Bill (Tarantino, 2003) "this is me at my most masochistic" (ésta, ésta soy yo en mi estado más masoquista) porque somos una sociedad que ya fue al psicólogo, aprendió a tomar sus pastillas, entiende que debe alejarse de ciertas cosas. Incluso, el trauma imborrable de aquellos que murieron en la dictadura, por el SIDA, por la libertad, pertenece a un pasado que debemos olvidar, perdonar, incorporar. 

Cuando yo pretendo olvidar que está mal generalizar, me doy cuenta de que no lo está. Está perfectamente bien. Es una forma efectiva de operar en el mundo. Solo que el mundo hizo que yo me olvidara de esto, que lo negara. En algún momento del fin de la revolución sexual acumulamos una gran culpa.

La generación 2000 sabe nativamente usar Facebook. Yo tuve que pensar para eso. Tuve que elegir e hice lo que se me cantó la gana, y cuando me dicen “no te entiendo”, pienso que realmente intento que nadie me entienda. Vivo en mi propia mente, soy un alienado. Vivo enojado porque por a o por b mis padres no me trataron bien y no me dieron lo que necesitaba. Soy esa generación, la de los niños consentidos y mimados.

3. La voz

No pretendo tener la certeza de que está bien lo que hago. Simplemente es lo que es. Soy una generación rompebolas y pelotuda que no sabe lo que quiere. No le temo tanto al plagio porque lo racionalizo. Por eso necesito publicar. Si me interesa y si estoy de humor, con frecuencia. Pero me sé contener. Sé pasar desapercibido. No me ofendo tanto si los demás se ofenden. No me ofendo si me tratan de gay, nerd, hípster, plancha, cheto, merquero, agroboy, o porque estoy saliendo con uno de ellos. No me ofende el machismo, ¡ningún encasillamiento!, ¡todo lo he incorporado! Ofenderse es algo del ámbito privado. Mi vida es publicidad.

Me encanta garchar. Eso a mis padres aún les daba miedo. Yo nací en una generación apenas post-sida. Había incomodidad, pero no era tanta. La generación anterior estaba paranoica, la de hoy lo ignoro. Como cualquier criatura normal, mi iniciación sexual pasó por los adultos. A las mujeres las iniciaban en Egipto a la magia, a la videncia, a los hombres, a las guerras de Alejandro Magno. A mí, me iniciaron al sexo. El sexo es mi actividad, mi forma de relacionarme con el mundo.

No me molesta que me comparen con un adolescente enojado porque hay estudios que me dicen que la adolescencia se extiende... indefinidamente. Hasta estancarme puedo. Sin embargo, sé que hay un éxito. Que probablemente no lo alcance yo, pero que lo alcanzó la generación anterior. La que sobrevivió a toda la calamidad. Ya no hay mal en el mundo. 

Soy Lena Dunham, la voz de mi generación, y no sufro, porque mi generación tiene una voz clara, porque me he descubierto y tengo la certeza de mí mismo. YOLO (you-only-live-once, expresión común en foros) o como yo le digo “just live your life”. Un poco como la generación X pero con menor angustia, soy un millenial. Mi generación valora el marketing y la economía, puedo venderme, puedo hablar como un gurú porque convence, genera fidelidad. Estoy en mutación, porque tengo opiniones, y las opiniones son circunstanciales, y son mi única certeza. Vivir en el momento. 

Puedo vivir con la incoherencia, con la contradicción, con la moda y el arte. 

No me importa avergonzarme porque vivo en un mundo que me dice que soy ciclotímico y aprueba mis enfermedades y las integra al campo de lo anormal, pero peculiar, divertido. No soy normal, no, pero no estoy tan mal. Me quiero y quiero, aunque no siempre cuide y me cuide. Soy una paradoja quizás, pero esas palabras ya no me enloquecen. Emancipé al lenguaje. Yastá. “¿por qué sos tan maleducado? si igual, me voy a casar con vos”, terquedad y soberbia, perseverancia. Eso dice la música que hace la gente de mi generación. Te hablo, le hablo al lector. Lo tuteo. 

4. Generación y cambio.

Quise, al principio, hablar de la idea de que existe una generación incluso si no sé cuan previsibles son los cambios. ¿Dónde termina mi videncia, hasta qué punto existe la lógica de “causa y consecuencia”, qué tanto estamos determinados por el pasado? La ciencia me dice que algunos cambios se pueden predecir. Acepto esta noción porque mi vida se extenderá aún más y quizás dentro de 50 años, cuando llegue a viejo, deba seguir sobreviviendo. Como no he encontrado sentido, debo cerciorarme de que todo va a salir bien. Respirar es darle sentido a las cosas, observarlas, recordarlas, verlas morir. 

En mi experiencia, algunos cambios son irreversibles. Sé que otros no lo son. Ese optimismo me es muy necesario, porque entiendo que al sentido se lo manipula. No es uno solo. Incluso si a la religión no le parezca correcto, soy gay y cristiano. Musulmán enamorado de judío. Ya veo con desconfianza a aquel que nunca transgrede. Puedo vivir con la diferencia, comprender la génesis de la violencia, contemplar la muerte. Puedo vivir en un mundo que es flexible, que me sorprende, porque a pesar de que nunca me da lo que quiero, entiendo sus lecciones. 

Naomi Kawase es generación X, nación en 1969. Comienzo a sentir fascinación por su trabajo. Observé Tarachime y Letters from a Yellow Cherry Blossom. Intenté compararlas y ver por qué me emocionan. 

No se pueden comparar. El respeto que siente por el señor Nishii es avasallante. Lo trata de usted, borra (edita) cada movimiento potencialmente desagradable, antiestético. Apenas nos muestra la cruda realidad del ser moribundo. Y cuando muere, se enoja con él por abandonarla y termina el film con un tono melancólico, en vez de rescatar la profunda liberación del señor Nishii que diez minutos antes clamaba por estar muerto. La visión de Kawaze es increíblemente vitalista pero (¿porque?) no cree, a priori, en nada posterior. Creo que le cuesta aceptar la muerte, y siente pesar en la continuidad – ella está viva, él no. A ella, en ese momento, el mundo le llega fraccionado, como impresiones de hojas de árboles al sol. El cerezo o el árbol de hojas amarillas es un motif en todo el film. La muerte es hermosa y Kawaze lo entiende pero lucha, se angustia demasiado, lo quiere mantener vivo. Y después, lo confiesa.

Lo confiesa a través del film.

El film es realmente genial. Lloré tres veces. Kawase no solo ha sido laureada en Cannes sino que ha sido jurado en ese festival (2013). 

Recuerdo que cuando tenía 15 años, me llevaron a ver Las tortugas también vuelan (Bahman Ghobadi, 2004). Fue un gran momento para mí. Descubrí una esperanza que aún conservo. Descubrí algo redentor en el dolor que se ha vivido y que se logra contar.

Creo que los films sea por anticuados, sea por clichés, sea por avant-garde, son un testimonio de su época. No sé si el cambio generacional es la clave para entender cómo cambia una sociedad, pero creo que hemos cambiado. Creo que no somos los mismos. 

Camilo Gandolfo 2015