El club Dumas, de Arturo Pérez Reverte, La casa de papel, de Carlos María Domínguez, Netchaiev ha vuelto, de Jorge Semprún, La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón. Libros que hablan de leer. Debería elaborar: libros en que la relación de los protagonistas con otros libros es primordial en la trama.
El club Dumas es una clara reivindicación del folletín de aventuras como literatura valiosa. En su página web, Reverte vuelve a enfatizar la idea que recorre todo el libro: “Un novelista sólo es bueno si cuenta bien una buena historia”. El protagonista, un “mercenario” en la caza de libros valiosos, se ve obligado a vivir, por los designios de un sombrío grupo de fanáticos de Alejandro Dumas, la historia de Los tres mosqueteros en carne propia.
La casa de papel trata la idea de que la literatura no es un pasatiempo, sino una forma de vida. Necesaria. Cruel. Quizás eso sea leer: encontrar compañía en el ostracismo y consuelo en la soledad más corrosiva. Es la historia de un coleccionista de libros, que, luego de incendiarse parte de su archivo, decide mudarse a la costa rochense y construir una casa hecha de libros.
En Netchaiev ha vuelto se repite como mantra una frase de La conspiración de Paul Nizan: “Eran cinco jóvenes, todos en la edad difícil, entre veinte y veinticuatro años; el futuro que les esperaba era turbio como un desierto lleno de espejismos, de trampas y de inmensas soledades”. Los protagonistas se sienten viviendo (o reviviendo) la historia escrita por Nizan. Historia que, a su vez, retoma los temas y repite la estructura de Los demonios de Fedor Dostoievski, un libro sobre el revolucionario ruso Serguei Netchaiev. Los personajes de Semprún conocen la realidad, se relacionan con ella, desde la literatura, “como si sólo fuera posible vivir la realidad así, confirmada, enriquecida, iluminada por las bellezas de la literatura”.
La sombra del viento es el título de un libro ficticio que aparece en la propia novela. Es tal vez el que destila más nostalgia por los libros no leídos. El protagonista se siente impotente ante la inmensidad de libros que se han escrito. Reflexiona, con un hondo pesar, que si él ha encontrado un universo nuevo en La sombra del viento, tantos millones de universos han quedado olvidados, inexplorados. “Me sentí rodeado de millones de páginas abandonadas, de universos y almas sin dueño, que se hundían en un océano de oscuridad mientras el mundo que palpitaba fuera de aquellos muros perdía la memoria sin darse cuenta día tras día, sintiéndose más sabio cuanto más olvidaba”.
Elegí hablar de estos cuatro libros porque explicitan un artilugio literario que se emplea siempre, lo sepa el autor o no: la intertextualidad. Roland Barthes, el semiólogo francés, decía que los libros son mosaicos de citas, que están siempre atravesados por otras escrituras.
La intertextualidad es el diálogo entre textos. Extrapolado a la vida cotidiana, nuestras relaciones con cualquier objeto cultural, nuestras opiniones y prejuicios, están guiadas por nuestro “pasado de lectura”. El mundo es un laberinto hecho de tinta.
El club Dumas, La casa de papel, Netchaiev ha vuelto, La sombra del viento, son novelas humildes. Los autores no pretenden introducir temas nuevos, como sí lo pretendieron, por ejemplo, Dante Alighieri, Gustave Flaubert u Oscar Wilde. De alguna manera, no escriben para inventar nada, sino para explorar la experiencia personal, íntima, de leer, de vivir la literatura.
Estos libros me parecen valiosísimos ejercicios de honestidad intelectual. Nos construimos como escritores desde la lectura de otros textos. Vivimos en un mundo de referencias literarias. Somos producto de otros creadores.
La lectura no es un medio para conocer la realidad. Es uno de los mecanismos mediante los cuales construimos nuestra realidad.