martes, 15 de marzo de 2011

Detener la avalancha

 “Lo que distingue a un novelista es una mirada propia hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida. Espera a que ésta te deje huellas y cicatrices. A conocer las pasiones que mueven a los seres humanos, los salvan o los pierden. Escribe cuando tengas algo que contar. Tu juventud, tus estudios, tus amores tempranos, los conflictos con tus padres, no importan a nadie”.

Esto es parte de un artículo de Arturo Pérez-Reverte titulado “Carta a un joven escritor (I)”. Reverte es categórico en su pedido, e incluso demasiado vehemente a causa de las decenas de manuscritos inéditos que le envían noveles escritores que buscan su consejo, o su ayuda para publicarlos. Solo escriban para otros cuando tengan algo que decir. No nos hagan perder el tiempo. Sus escrituras introspectivas, por más talento que demuestren, no van a conmover a nadie.

Tiene razón. Pero como estudiantes de comunicación, no tenemos alternativa. Nos obligan a escribir desde muy chicos. Incluso, como en la clase que estamos cursando, (“Taller de redacción para blogs”), a publicar lo que escribimos. Y luego indefectiblemente torturamos a nuestros padres, amigos y parejas para que lo lean.

Pérez-Reverte es un escritor imprescindible. Como decía un crítico, cada uno de sus libros es un acontecimiento literario. A nosotros no nos dan la oportunidad de que cada una de nuestras obras sea un acontecimiento. Quizás sea algo bueno: nos escupen al mundo, nos obligan a abrimos a las críticas de un público más amplio que nuestros profesores. Creo que con esto esperan que produzcamos textos leíbles. Que interesen a alguien.

Hay muchos jóvenes que escriben para conocerse, para desmenuzar sus experiencias y sus impresiones hasta sacar algo en limpio. Producen textos íntimos, reflexivos, y luego cometen el error de publicarlos en internet.

Al final, somos producto de twitter. De facebook. Nos cuesta separar íntimo de social, (interés) público de (interés) privado. Nos faltan filtros. La democratización de los medios, la posibilidad de publicar sin la mediación de un editor, nos ha llevado a escribir y publicar con una modalidad verborrágica.

No estoy hablando solo de los artículos mal escritos. Un blog que es un diario íntimo, ¿merece la pena ser leído? Antes de apretar “compartir”, todos deberíamos preguntarnos: compartir, ¿con quién? Por lo general, la respuesta sería ambigua: con todos, con nadie. Cuando publico en facebook, hago mi escritura accesible para cientos o miles de personas. Siento que no escribo para nadie.  No existe un interlocutor: las redes sociales son tan públicas que terminan siendo un espacio para las reflexiones más íntimas. Un espacio de desahogo.

Seamos más humildes. No creamos que nuestros conflictos cotidianos son originales, pertinentes. Hay suficiente material basura circulando. Ya que no vamos a inventar nada nuevo, ya que todos los conflictos han sido planteados desde la antigüedad, pensemos en los lectores. Tengamos un poco de compasión. Seleccionemos. Destilemos. Exploremos lo que podemos producir antes de echar mano al exhibicionismo impúdico.

Borges aseguraba que uno llega a ser grande no por lo que ha escrito, sino por lo que ha leído. Enrique Medina, el escritor argentino, decía que para modelos hay que ir directamente a los gigantes, que ya es suficiente con vivir entre mediocres. En “Carta a un joven escritor (II)”, Pérez-Reverte plantea algo parecido:

 
“Interroga las novelas de los grandes maestros, los clásicos que lo hicieron como nunca podrás hacerlo tú, y saquea en ellos cuanto necesites, sin complejos ni remordimientos. Desde Homero hasta hoy, todos lo hicieron unos con otros. Y los buenos libros están ahí para eso, a disposición del audaz: son legítimo botín de guerra”.

Debemos consagrarnos como lectores antes de poder madurar como escritores. Aboquémonos, como decía Borges, a construir nuestra propia catedral. Quizás con menos Stephanie Meyer y más Vargas Llosa, pero eso es solo una opinión.

La verdad es que no podemos pretender ser buenos escritores sin formarnos antes como lectores críticos. Y eso es algo que se alcanza con la práctica. Las nuevas tecnologías son un instrumento valioso de comunicación; no las pongamos al servicio de nuestros exorcismos egoístas. No abusemos de la apertura y la inmediatez de los medios.

Seamos más ambiciosos. Tengamos vocación de grandeza.