Les debo explicaciones. Mi reciente artículo comenzó como un desagote de prejuicios e impresiones a partir de esta experiencia que estoy teniendo con la universidad privada.
La idea de escribir sobre el tema fue anterior a mi lectura del artículo de Grünberg. Las universidades privadas son recientes en nuestro país: la primera es la Universidad Católica (UCUDAL), oficialmente reconocida en 1984. Ese mismo año, también se deja de intervenir a la universidad pública, que había sido controlada y/o monitoreada de facto desde 1973, es decir, durante once años. Es en este período que muchos de nuestros padres se formaron o intentaron educarse.
Los argumentos de Grünberg me persuaden bastante de que la educación no va a dejar de ser gratuita e irrestricta a causa de las universidades privadas. Quizás incluso, pase lo contrario. Ahora, mi escozor y sus razones.
Para aquellos “más comunistas”, está el recelo, el miedo y el prejuicio de que lo privado es malo; el dinero es cruel.
La universidad puede ser un lugar que te abra la cabeza. Las ideas y los líderes que las encarnan, movilizan multitudes. El conocimiento es poder.
Existe una sutileza en la educación terciaria: esa forma que tienen las autoridades como los profesores, los padres y las instituciones, de encaminarnos. De influenciarnos.
Tengo miedo de que en una universidad privada, me esté enfrentando solo a un pedazo de la realidad. Que se omitan cosas. Que se omitan autores, debates y situaciones que son imperativos para reflexionar sobre el mundo.
Mi ambivalencia está irresuelta. Entonces, en mi caso particular, ¿por qué elegí una privada, aun corriendo el riesgo de que me “lavaran el cerebro”? En primer lugar, existió la posibilidad de elegir. Además, la información que recibí en ese momento, apuntaba a que si me graduaba en la ORT iba a ser un profesional más competente.
Me parece justo, como dice Grünberg en el artículo, que si me puedo pagar la educación, tengo la responsabilidad de hacerlo. Si no, estoy abusando del sistema público.
Mi esperanza es tener la misma oportunidad real de demostrar quién soy que cualquier otra persona. Mi esperanza es que la competencia no me enloquezca y termine destruyendo mi trabajo. Mi esperanza es que la gente que ya tiene todo claro, todas sus opiniones resueltas y ordenadas, llegue a un punto en el que vuelva a poder pensar; pensar, y sorprenderse.