El otro día leí la cobertura que hizo Búsqueda de la “cumbre educativa” del 14 de febrero. Me alegré muchísimo cuando me enteré que Nora Castro, integrante del Codicen, estaba molesta por el apoyo que recibieron desde el Ejecutivo las propuestas de Daniel Corbo.
Este miembro de Alianza Nacional, único representante de la oposición en el Codicen, no solo ha sabido diagnosticar los principales problemas de la educación media uruguaya con gran precisión, sino que ha concebido propuestas profundas, novedosas, claras, que, si se acataran, tendrían chance de arrancar al Uruguay de su estancamiento en materia educativa.
Su librillo Ideas para pensar una educación pública de calidad. Hacia un nuevo modelo de Liceo parte de una tesis muy simple: el modelo “centralizador, verticalista, burocrático y homogeneizador” que impera en los liceos desde principios del siglo XX, está alejado del trabajo y de la tecnología. Es obsoleto.
En la educación pública, las aspiraciones, intereses y talentos de los estudiantes quedan postergados. Se pretende igualar: hacer que los más rezagados se sientan incluidos. Pero solo se consigue homogeneizar. Recordemos que según los estudios del ingeniero Luis Osin, solo el 20% de los estudiantes está ubicado en el grado que corresponde a su potencial.
Las reformas se hacen de arriba hacia abajo, ignorando las diferencias entre los distintos centros de estudio.
Se valora la acumulación de conocimiento por sobre la capacidad para resolver problemas. En vez de formar estudiantes creativos, con habilidades prácticas, se los apabulla con caudales de información, lo cual, en mi opinión, contribuye sobremanera a que estén desmotivados.
La idealización de la mal llamada “educación en valores” en detrimento de la educación para el trabajo, ha causado que la brecha que separa a ricos y pobres se vuelva cada vez más abismal.
Luego de explicitar esta serie de fallas, Corbo señala en su libro que cada centro de estudio necesita responder a sus problemas particulares con la participación de todos los involucrados, incluidos los alumnos, y tomando en cuenta su contexto: ubicación geográfica, características demográfica y socioecónomicas del alumnado, etc. “Lo que puede transferirse es la capacidad para la innovación, no una fórmula única que pretenda que como funciona en un lado funcionará en otro”, escribe.
Resumiendo, coincido con Corbo en que se necesita un nuevo contrato educativo. Que cada liceo avance como una comunidad autónoma, unida, con profesores propios (que trabajen allí por varios años) y con una proyección clara a futuro. Que lo contextual, lo local, lo diverso, se priorice sobre lo masificado. Que haya lugar para la inventiva y la creatividad en lo pedagógico y lo académico. Y que cada liceo asuma, a cambio, el compromiso de lograr determinados resultados. “Porque uno le da autonomía no para hacer cualquier cosa, sino para que diseñe un plan, una propuesta, que tiene que ser construida por todo el equipo docente, tiene que estar en conocimiento de los padres, tiene que estar interiorizada en la visión de los alumnos, que tienen que saber lo que se espera, a dónde va esa institución, que propuesta educativa hace”.
Pero sobre todo, debe pensarse a las reformas educativas como un proceso dinámico, flexible, que surge como respuesta a una coyuntura histórica y que por tanto, debe estar sujeto a alteraciones. Deben tener objetivos centralizados y diversificados, tanto a corto como a largo plazo, y deben responder a nuestras necesidades y carencias más concretas.