domingo, 15 de marzo de 2015

SINAMOR



Yo ya no puedo hablar del terror. El terror llegó, un seis de mayo, en la madrugada, cuando me desperté junto a ti, mojado de tu sudor, aunque nunca dormimos juntos y yo no soy tan líquido como vos. No estabas. Pero sí, era tu sonrisa, era nuestro ensueño. El amor no fue real. No fue duradero. No sostuvo ni contuvo ni resistió. No hubo guerras ni batallas ni treguas, solo terror.


Vos eras Gonza, el que goza, y yo no tenía más placer (duelo, duelo) en mis manos, en el cuerpo destartalado que operaron a mis dieciséis (el mismo que trabajé con rigor en el gimnasio previo a que me conocieras), ese cuerpo robótico que filmé para vos, los bailes que te coreografié, los regalos, cortar.


NO AMOR

Jugábamos a decirnos “es más”, “es menos”, “¿cuántas personas hay en el mundo?”, “¿cuántos tipos de personas hay?”. Vos, enseguida, “son seis” y yo, “son doce”. La noche anterior me habías llamado, puse mi celular sobre mi pecho y rumiaste hasta que me dormí. Debí anticiparlo, sos una mugre.


Un polvo, de los que se esfuman, traicionero, vivaz, facilongo, demasía. Antes de que Santo Tomás dijera son siete los pecados, eran ocho. Gula y ebriedad, gastrimargia, entre los deseos de poseer que son también los de philarguria, amor al oro, avaricia, porneia es lujuria, kenodoxia es vanagloria y los de carencias, que son ira, orgé, violencia, cólera, incluso la tristeza que los griegos llaman lupé, la pereza, “acedia” o depresión y el orgullo, uperéphania.


Ya tiré el YES que me dibujaste, ya tiré la ciudad que me dibujaste, rompí cada cuadrante, corté en la horizontal y en la vertical, con las manos. Te había construido un marco de lana, tejido de hebras violetas, como dos pulseras elásticas que lo abrazaban, esas me las quedé. El resto, al tacho.


La última buena charla que tuvimos, ¿te acordás? Me dijiste que tenías llagas, que no podías venir porque no me querías contagiar. También nombraste a tus tres perros, además de los dos gatos de los que ya me habías contado. Me asombré. “¿Tres perros?” “Sí”, me respondiste, “porque la gente habla primero de los perros que de los gatos”, y ¿vos quisiste hacer lo opuesto? No hiciste lo opuesto, sos mentira.


Entonces, fui y me hice el análisis de VIH y a las dos de la tarde, mi sobrino (el único, Tuts, el adolescente) estaba almorzando conmigo, mi madre y el novio de ella, y sonó el celular (porque no te quería lastimar, porque no me gusta ni disfruto la mentira) ¿Sebastián Agrolfo, usted vino a hacerse un análisis de VIH hoy de mañana, no? Necesitamos que vuelva mañana. ¿Sabe lo que eso significa? Que sí, que colgué, les dije a todos que iba al muere, pero no terminó ahí, yo estaba asustadísimo. Te lo conté.


No sabía lo que eso significaba. Te lo dije también a vos, y huiste, y unos días después, cuando yo ya no estaba, cuando yo ya había muerto, te llamé desde el laberinto de torres en el norte, (era el cumple de la hija de mi empleada, y me fui llorando, porque no llamabas y habían pasado cuatro días), al norte de la avenida España, en los barrios pujantes pobres, los hombres ebrios y sucios y pendencieros me miraban (yo tenía el rostro sin mueca, los ojos idos), y me dijiste que no podías, y me eliminaste de todos lados. Pero claro, yo ya estaba muerto.


El terror también vino en la Universidad. No salvé la materia, ya tengo veintisiete años, decidí que no me voy a graduar. No puedo dar más tiempo, intentos, frustración, astucia, ardid. Quiero otra cosa. En la Universidad, les encanta la tortura. También, el terrorismo. No es siquiera la nota, es el juego destructivo de hacerte doler de a poco. Te sacan las ganas de ser.


El otro día me quedé encerrado fuera de casa. Fui al muelle Boreal, y me recosté, porque había perdido la llave. Mi hogar era lejísimos, mi cuerpo robótico, esquelético, en el piso de granito de la escollera, ya no temblaba. Mis ojos tampoco, porque no había ruido, ni ciudad, solo roca inmóvil en el camino estelar. Los resultados del análisis, tampoco me los dieron. No sé si estoy enfermo, si soy viral, si viralizo. No preciso saber. Vos te fuiste.


El terror vino también cuando amenazaron a mi vieja, pero eso ya es otra historia. Vivir no es una cosa dorada, para vivir hay que ser más frágil, menos gordo, menos alto, más audaz.


Tuts se molestó muchísimo cuando llamé a mi viejo después de que Salud Pública incautó mis análisis. Ya hace dos semanas que vivo en la incertidumbre. Ya hizo. Lo llamé y le dije “viejo, nunca más, nunca más hables mal de mi hermana, ni me pidas nada, que no me acueste con tantos tipos, que no sea ni te disguste, nunca más, ni te me acerques”. Después, una semana más tarde (ahí fue que reventé mi celular contra el piso y morí), fui hasta su casa y le escribí “estoy abajo, necesito tres mil quinientos pesos para el dentista”. Y me dijo que estaba lejísimos, y que no me podía ayudar. Le dije “voy a vos, podés sí, ayudame”, no contestó.


Lo primero que hice al volver a casa (al dentista le debo tres mil pesos, pero los dientes que a mi viejo se le caían por no limpiarlos, a mí me quedaron hermosos) fue abrir la Tablet que él me había regalado para mi cumple. Mi viejo, hace seis meses. No la había podido tocar (me trató de malagradecido en aquel momento).


No te había contado nada de esto, Gonza, pero mi viejo es un tipo traicionero. Me hice una paja mirando porno en la Tablet, desde el cuarto de huéspedes (están pintando el mío), pensando en el terror. El terror me abrazó, me lecheé apenas, te fuiste y no volviste, ni en Facebook, ni en insta-nada, ni en tu celeridad.





CAMILO GANDOLFO MARZO 2015