miércoles, 11 de marzo de 2015

atake



je suis charlie


ATAKE TERRORISTA

1. Je suis Charlie.


Estoy esperando a que Ben me llame, en eso quedamos. Vamos a vernos en la calle, a pasear, nada inocente. Intuyo que habrá una facilidad tremenda para que se concrete. Igual, y obvio, va a salir mal. Pero, suena el celular y me pasa una dirección, y voy para enterrar el mal agüero.

Es hermoso. Es lo único que aseguro y que anticipo. Sé, cuando lo veo, que es incluso más hermoso de lo que imagino. Asumo rápido que es la clase de hombre que me va a olvidar al rato a pesar de que yo quede pendiente. Imagino que quizás esté demasiado atento a su cuerpo, capaz que ni siquiera me usa, capaz que no puede tener sentimientos incómodos. Soy un tipo exigente. Lania me mostró eso. Lania me mostró que si lo pensás cuatro veces, nunca va a funcionar.

Me encontré bailando en la luz, bailaba sin prejuicios, y me desperté. La luz era húmeda, me salpicaba. Vi las persianas, cerradas, la sombra que proyectan. Recordé qué día es hoy. No voy a hablar del atentado del Bufón, ya sucedió, acabo de almorzar. La mañana está hermosa en París, ya pasó. Si me concentro, siento aún la tipografía de las cartas del Bufón. Eran en Times New Roman. Qué hijo de puta.

No asumo tanto, porque cuando veo a Ben, a pesar de todo, idéntico a como me lo imaginaba (más bello, más amable), lo abrazo al instante, lo abrazo casi enseguida, le doy un beso y le digo “hola”.

Atravieso Montevideo a pie. Yo sé que sus errores son tremendos, no voy a perdonarlo y no estoy dispuesto a recordar al Bufón. Todo eso pasó, la carta, la manipulación, el acoso y volver a casa a mirarme el pito que estará igual, y también yo, derrotado.

Ben se ve hermoso y ya está adentro de mí. Voy a embarrarla. Sé que la voy a embarrar. No quiero volver nunca a los días del terrorismo del Bufón.

2. Un golpe es un abrazo.

Fuimos felices mismo si te acostaste con medio Montevideo y empecé a recibir amenazas de muerte de ya sabés quién. Maldito Bufón, decía que había encontrado una forma de achicarme el pito. ¡A mí, de entre todos los parisinos! Con hormonas de crecimiento. Sospecho que era uno de tus anteriores amantes. Aunque quizás, vos fueras el verdadero enemigo del Bufón. Cogiste con demasiada gente, Ben. No importa.

Entonces, la perra se enfermó de meter la boca en la lata de purpurina y me tuve que acostumbrar a cuidarla por las noches, porque a vos ni en pedo te dejaba con la perra. (Juana es nuestra perra, aunque vos le decís Jeanne, por Juana de Arco, la que ardió en la hoguera. Siempre fuiste más de los gatos). Las margaritas del jardín se marchitaron de tanto que les caminaste encima mientras puteabas porque Juana, otra vez, te había mordido tu colección (de viejos palos de golf de tu viejo, mini-fortuna). Todo iba bien con vos. Maldito Bufón, yo creo que se quería apoderar de nuestra relación.

Finalmente, le respondí. Me dijo que nos los encontráramos en Punta Colorada y que nos iba a garcar. Qué significa, no lo sé. Lo dejé plantado para romperle las bolas. Entonces, llegó en un sobre una jeringa con hormonas y me acobardé.

Lania me enseñó a hackear computadoras y, después de bajar mucha porno, mucha, me di cuenta de que podía ser la herramienta para hacerme rico y terminar con las amenazas del Bufón (aunque me había encariñado, nadie me odia tanto como él). El bufón me había hackeado por supuesto. Larga historia.

A través de las redes sociales, determiné un aproximado de su domicilio y ubiqué a su tía, que a pesar de loca, me habló mucho de él, de su infancia, de su obsesión por achicar pitos. Me contó que frecuentaba un pub donde se hacen apuestas jodidas y se trafica con partes del cuerpo. Sí. De las distintas partes, químicamente organizadas, conseguía las hormonas. En realidad… las fabricaba él.

Yo estaba aterrado pero sabía que tenía que enfrentarlo. Además, vos ya habías traído a uno de tus gatos a vivir a casa (meaba para cualquier lado, un asco siempre el baño) y yo me lo bancaba porque era bueno con Juana y vos decías “un gato nunca, nunca, (muchas veces, así) nunca renuncia a su dueño. Nos vimos con el Bufón, un par de veces. Me pegó varias inyecciones, pero yo ya había alterado los archivos de su iMac. El tonto del Bufón guardaba copias de las recetas químicas en su computadora personal. Tan tonto… Luego, claro, brutas pajas con necrofilia. Era distraído el bufón, se me hace un tipo narcisista ahora que lo conozco. Nada excepcional.

3. Into the Woods (epílogo)


Ben, descalzo y sin remera. Te miro con tremenda envidia. Todo esto fue allá por los tiempos en que terminaban los ataques globales. Divagamos, entre keyloggers y antivirus y nos vamos de tema, hacia la gravedad, el punto G del universo, el silencio. Somos Ben, yo, Juana y Gato por la carretera. Después, el primer hijo, claro.

Declina todo, el sol, facebook, el chat. Y vos seguís con la remera atada a la cintura, cortándote las uñas y contándome cosas del misterio del Bufón, que nos fascina. Descalzo, conmigo. Desazón y... te miro y se esfuma todo, entre la ternura, al olvido.

Hoy estoy zen. “Soy un panóptico, perfecto”, le escribo a Lania, que es más genial que genial, y hoy defiende y asesora a las compañías top de seguridad en internet. Todo el esfuerzo puede ser inútil. Hay tanto azar de por medio. Ella, mi amiga, trabaja duro. Lo sé, porque la he visto cuando se concentra. Con ella, yo me sentaba y hackeábamos. Lania me mostró que si lo pensás cuatro veces, nunca va a funcionar.


Ben apareció un día, en mi vida, sin que yo lo esperara. Nos estamos conociendo. Siento que él me da cariño como nadie más. Creo que apenas nos conocemos y creo que me ha dado vida, como nunca. Suelo tener un detector de mentiras muy estricto conmigo mismo. No banco ocultarme cosas. Y Ben, él es un gran tipo. Además, mide 1.83, baila, es grande, es más grande que yo.









CAMILO GANDOLFO, MARZO 2015