Según Oscar Wilde, tener algo para decir y decirlo: eso es ser un escritor.
Hábitos de lectura era un post acerca de la fascinación por los mundos ficticios: el esbozo y la imaginación de una mirada hecha verbo. Alguien que tenía algo para contar y encontró la forma. A partir de ahí, un abanico de derroteros: down the rabbit hole. Un mosaico de lecturas.
En mi entusiasmo por traducir el peregrinaje de la palabra… ¡uh, ya me compliqué! Creo que lo de la “mirada hecha verbo” fue demasiado metáforico. Es que el lenguaje es inflamable, volátil, y corrompe. ¡Entiéndanme! A medida que se desenvuelve, cobra vida. Todo se deforma hasta transformarse y renacer en forma de diálogo.
Las cosas que decimos se sostienen y están hechas a partir de lo que otros dijeron. Lo escuchado e incorporado… ¿cuántas veces repetimos opiniones que no son nuestras? Y después, luchamos por ser originales y hacer nuestra propia lectura del consumo, de lo que todos consumimos. Los signos de un estancamiento: esos signos estáticos, fijos y tan, pero tan patentados.
Cuando escribo, es como dialogar con una hoja de papel. En ese “lienzo mudo y áspero”, en la soledad del flatscreen, evoco recuerdos y fantasías. Mi alucinación, mi realidad: una fina línea que se va ondulando, se convierte en una frecuencia, luego un ritmo. “¿Qué quiso decir?”, es una pregunta inútil. Convertite en un lector.
Cierta vez, Canalda me contó que había leído que la riqueza de un texto tenía que ver con su intertextualidad. Por ejemplo, aquel pasaje poderoso es el que me hace detenerme y pensar, arborecer, navegar hacia sus raíces, encontrar influencias e imaginar un contexto.
No, no lo tengo digerido. Escribir opinión es argumentar, y eso me causa controversia interna. Lo sólido de un argumento, su veracidad, radica en que partiendo de las mismas premisas que yo, cualquiera puede llegar a mi misma conclusión. Si todo fuera tan claro y lógico como una deducción, la vida sería eso: la opinión única, universal. Y sin embargo, somos un manojo de nervios: impredecibles, coléricos, enigmáticos.
¿Qué quiero entonces cuando escribo? Ser verdadero ¿ante qué? El año pasado, me animé a comprar un libro de cuentos de ciencia ficción. Me encantó. Eran un disparate; absurdos, surreales. Libres y refrescantes, Cuentos de tripas corazón de Leandro Delgado.
La imaginación es eso: la libertad que le damos a nuestro pensamiento. A veces, decir las cosas de la forma más obvia arruina el momento. Pero otras veces, rebuscándome, improvisando, termino por encontrar algo.
Hay una palabra que me mata: “inconmensurable”. Para el epistemólogo Kuhn, es cuando dos paradigmas, dos formas de ver y pensar, no pueden ser comparados entre sí. Por ejemplo, la modernidad y la postmodernidad. Por ejemplo, la tierra plana y la tierra esférica. O dos personas. La lógica de cada sistema es inconmensurable.
Entender, entender, repetilo hasta que pierda sentido. Y luego, ponete a leer.