viernes, 20 de marzo de 2015

PERSISTENCIA



Te perdí en la muchedumbre, cuando nos arrinconaron como ganado, en el atentado del 24 de diciembre, que no fue mi fin, y no estoy muerto. Yo vi el caño del rifle, vi el disparo, el recorrido de la bala, la luz que te atravesó el cráneo.

Me escondo de vuelta en la parte baja del hangar, allá está el muelle, ya te dejé atrás. Me quedan dos cartuchos y estoy rodeado. Esto se ha prolongado demasiado. Sé que voy a morir con rabia. El camión enemigo cruza el portón, derrapa en mi diagonal, a las 3 en punto, y me ciega con sus altas luces. Los misiles surcan el cielo y lo encienden con un rugido atronador. Disparo en una ráfaga, con mi brazo malo, y apunto al cielo, hacia la nube espesa de pólvora. Espero que eso los ilumine en la dirección más errada, mientras me arrastro por lo que queda de este túnel angosto, siempre traicionero, que conociste mejor que yo. Tomo el cuchillo y no puedo evitar que aparezcas en su reflejo. Miro agitado hacia atrás y veo un bulto. Es un cadáver, calcinado, y pienso que sos vos, que me seguiste. Por un segundo, todo se aclara, realmente se aclara, y sé que te voy a ver de aquí en más en todos los cadáveres.

No estuvimos ni cerca de ser libres. ¿Seré capturado? No más cárceles, pedían los anarquistas. Pienso ahora en ellos, en el hangar, en los callejones y los almacenes, en el óxido de las paredes desvencijadas donde escondíamos los símbolos de la rebelión. Así eran nuestras citas.

En el muelle hierve la sangre de los caídos y hierve la tuya. El olfato nos guio hacia las situaciones más dolorosas. Pero no fue suficiente en un mundo de hedor y podredumbre.


Sigo caminando, sigo rozando los escombros abalanzados en el camino, los edificios enclenques. Es todo ligero. Lejos de estos desiertos, se congregan muchedumbres, son los rostros del pasado. Algunos ya se me hacen desconocidos. Rostros sin miradas, firmas sin nombre, y en ese granito gravás tu signo y luego, tu signo se pierde. Me entrego a la noche oscura. A la luz brillante.