domingo, 22 de marzo de 2015

Comentario


Comentario a la lectura de capítulos de Historia de la Belleza (a cargo de Umberto Eco, 2007) e Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas (a cargo de Valeriano Bozal, 2002).

El arte es muchas cosas. En primer lugar, es la representación de una visión ideal y parcial de ciertos elementos que nos dan placer, que copiamos, deformamos, en un intento de hacerlos perdurar en nuestra memoria. Ese mundo ideal incluye percepciones que escapan lo real, y que lo sustituyen, completan o reemplazan. Constituimos así el mundo del arte, y elaboramos una esfera de lo que nos gusta, nuestra aspiración estética, en relación a nuestra historia cultural e individual.

Podemos, incluso, ser tentados a contemplar lo que nos disgusta como forma de entender ese continuo de placer-displacer. La experiencia estética es una forma (creativa) de relacionarnos con el entorno, similar a la experiencia de los sentidos, a la cognición. La diferencia es que para el arte, el objeto es condicional, sustitutivo, accidental, evocativo, provisorio, es una simple excusa. El arte es la actividad más delirante y alucinatoria que se permite el hombre no-loco. Lo hace como reacción, como búsqueda, intuitivamente. Incluso si el artista tiene una idea clara de dónde quiere llegar, la técnica es virtualmente infinita. El arte puede ser racional, pero por lo general, es representación. Esto es, es cosa sobre la cosa, no es la razón, sino el reflejo de la razón en el mundo.

Las teorías de la producción de arte examinan atentamente el circuito en el que se recibe, se distribuye y se consume arte, las razones del auge de ciertas tendencias, el aparecimiento de vanguardias y quiebres. Los autores hacen hincapié en la historicidad y las prioridades de la época, los medios de producción, la educación disponible en distintos momentos, las necesidades (bélicas, económicas, concretas) de varios contextos culturales. Como arte también está relacionado a técnica, se examina la madurez y el patrón de cambio de la perspectiva del hombre (desde visiones centradas en el hombre individual, en la naturaleza, en la sociedad o en la máquina), la popularización de tecnologías, el optimismo o el pesimismo histórico, la necesidad de evocar el pasado o proyectar un futuro.


El arte existe en distintos soportes, más o menos efímeros, de mayor o menor reproductibilidad. Integra lo lingüístico, lo visual, lo sonoro. Desborda y atraviesa lo sensorial para entrar en la esfera del sentido, de la filosofía. Nos permite codificar y decodificar, viajar en el tiempo, esconder, maquillar o por el contrario, evidenciar. El arte es una actividad que no es exclusiva de quien crea sino también de quien elabora una experiencia estética a partir de lo creado. En ese sentido, hoy se valora el acervo cultural, el eclecticismo, la fusión.

Un objeto de arte también es, en cierta medida, un objeto aurático, una condensación “especial” que proyecta más de lo que es. Esto significa que si sumamos la instancia de recepción, el contexto de producción, la biografía del autor, los temas aludidos, el empleo de una técnica o varias, las elecciones creativas, el total es mayor que la suma de las partes. El arte es larger than life porque es más de lo que realmente es.

El arte no es universal a pesar de que está altamente codificado y que obedece a normas técnicas y convenciones semióticas. El aura del arte, sin embargo, le permite al sujeto reinterpretar condiciones de recepción que no le son propias y comprender, aunque solo sea mentalmente, lo valioso detrás de un proceso que a priori le puede parecer ajeno. Es una forma de educarnos en empatizar con lo otro, lo diferente.

El arte combina impresiones emocionales e intelectuales, impresiones que generan una especie de metástasis ya que al observar un cuadro o un film, elaboramos una idea que trasciende lo concreto observable y que refiere a la totalidad del mundo que nos rodea, del mundo representado en la obra, o de ambos. Esa idea ordena y jerarquiza, establece relaciones de valor entre elementos, juzga a través de la causa y la consecuencia, moraliza. O simplemente contempla y se deleita en contemplar. El arte también puede ser arbitrario, caprichoso y sin sentido. 



El arte, a pesar de que puede convertirse en una actividad teórica, es performativo tanto en producción como en recepción. Su intención es generar cambio, incluso si cambio significa no-cambio, testimonio, huella. Es una acción que emprendemos contra, con o favor de nosotros mismos y que a priori puede parecer menos productiva que alimentarnos o que abastecernos, que sobrevivir. Sin embargo, hemos demostrado históricamente que el arte es necesario, es a pesar de que nos peleemos con él o lo trivialicemos, o lo incluyamos como actividad omnipresente que ejecutamos constantemente.

El arte que compartimos con la cultura nos da un sentido básico de pertenencia, de códigos compartidos, de visión unificada del mundo, incluso si es una visión que lucha y reniega. El arte además permite inquietar nuestros sentidos, revelarnos lo absurdo, la inconsistencia lógica del universo o lo inútil de cualquier esfuerzo frente a la inmensidad incólume de lo que es eterno.


Finalmente, como cada contexto de producción y recepción es único, el arte es un intento de captura de la unicidad de momentos, y su verdadera forma se nos hace real, ineludible, pero inefable. Cada sensibilidad entiende lo que es arte para él o ella. El arte es la paradoja de reproducir, serializar e industrializar lo que no-podemos-comunicar y que por lo general es íntimo e irrepetible. Podemos decir “esto es bello” pero nunca entenderemos realmente por qué.