viernes, 27 de septiembre de 2013

UN DRAGÓN ANIQUILADOR

La encontré con la cara maquillada, en pose de maniquí. ¡Qué exhibicionista! Espanté a las criadas y cerré yo misma los grandes bastidores. Las madrugadas de Londres son siempre húmedas.
Era mi hermana gemela y sin embargo, vivía a un abismo de distancia. Joanne insistía en explicarnos que no era una adicción sino una forma trágica de ser-como-soy. Y aunque los cánones de la medicina son traicioneros, ella repetía exaltada “nunca podré ser adicta. Lo que soy no se define por lo que hago”. 
Me senté en la cama, al costado de su vestido de novia que apenas se lucía en esa penumbra. “Eres totalmente predecible, hermana”, pensé. Guillaume y yo deberemos lidiar, una vez más, con esta humillación. 
Si lo que ella buscaba no estaba en nuestro patio, será que en realidad ¿nunca lo había extraviado? ¡Tan manipuladora, Joanne!  Llevó a mamá a una depresión sin fondo. Hasta su muerte, prematura y dolorosa, mamá no dejó de culparse.
Joanne caminaba por el dulce tránsito de la perdición, entusiasmada de que no iba a llegar a ningún lado. Estaba high por supuesto.
Había sido una niña temerosa. Recuerdo su llanto cuando descubrió el polvo en el altillo de la vieja mansión de Nana. ¿A quién se le ocurre prometerle a un niño algo más que muebles descascarados? Los millones de Nana le dieron rienda suelta.
Joanne buscó la enfermedad. Así me lo confesó, con ese desparpajo. Su amor era tóxico, no había límite para la decadencia. “Es solo compartir una jeringa y ver qué pasa”, me dijo, aunque creo que siempre tendrá la duda de si la conversación realmente ocurrió. 
Ignoro si lo logró o si desistió. Es irrelevante. “Mi deseo es simplemente tan transgresor que excede las tímidas concesiones de los pequeños deseos”, le escribió a nuestro padre con ese tono ampuloso que tanto la caracteriza.
Si yo hubiera traicionado su búsqueda, ¿no sería ese el más brutal de los asesinatos? Morir en vida, esa es la locura.
Cuando la encontré con la cara maquillada, dura, totalmente dura, la acosté y le lavé un poco los ojos. Tomé la almohada y la presioné contra su rostro.
Mi hermana gemela era tan derrochadora.