viernes, 27 de septiembre de 2013

Metamorfosis Reversa


Me desperté incómodo y supe enseguida que en mí había algo raro.

Corría más rápido que de costumbre. Mis piernas parecían obedecer al instante los movimientos en espiral de la pelota, que por lo general acostumbraba a evadirme. Esta vez vino directo a mí y todas las defensas del otro equipo fueron en vano. Mi agilidad, como un filo veloz, circundó y traspasó todo.

¿Metí el gol? Mi padre cantó conmigo un himno inolvidable de victoria.

Ese vitoreo lentamente se diluyó en la saliva que humedecía las sábanas y las fronteras de la almohada. Parpadeé varias veces y escuché el maullido.

– ¿Otra vez lo mismo, Seba? – dijo con un ronroneo tranquilizador

Gonza saltó sobre mi pecho y me lamió la mano que colgaba destapada. Sus ojos de puro animal no reprochaban nunca nada.

– Sí, pero no. Esta vez gané.

Y en ese momento fue que supe (¡sé!) que algo había cambiado.

– Yo no noto nada – respondió Gonza

– Sí, es algo en mi piel. En mi panza. Es como cuando comés demasiado o tenés resaca. Pará que me miro al espejo.

La superficie de vidrio observó cómo yo abría mi boca, la cerraba, contorsionaba mi rostro. Mi pelo no estaba verde, no me había crecido una uniceja. Levanté los párpados y me froté los ojos. No, pero sí, algo había cambiado.

Sentí enseguida el olor a tostadas y temí. Mi madre o mi padre sin duda se darían cuenta. Ellos me alertarían y encontraríamos la cura de este malestar. Seguro era algo que papá o alguno de sus colegas médicos podía arreglar. Pero primero, lo temible era el diagnóstico.

Antes de vestirme, me fijé si no me había crecido vello en algún lugar insospechado. De vuelta, no era eso.

Gonza me siguió hasta el comedor, zigzagueó entre mis piernas.

– Mamá… creo que…

– Nene, ¿qué te pasa?

– ¿Por qué? ¿Ves algo raro?

– Sí, pero no es algo que vea. Es como alrededor tuyo. Estás rarísimo. Se te nota… como pálido, no, no es eso, como diferente. ¿Qué te hiciste? ¿Tomaste alguna droga?

– No, nada, no, por supuesto que no.

– Esperá que tu padre sin duda nos va a saber decir qué es.

Gonza saltó sobre el sillón, atento, y noté que intentaba reparar en estos cambios.

– Yo no noto nada – aclaró con su voz felina.

Con su caminata pausada y color ocre, papá invadió primero la cocina con el humo y luego con su constante desaprobación.

– Seba, ¿qué tenés?

– Nada, ¿vos también notás algo?

Mi temperatura corporal no cambiaba. Todavía podía escuchar la voz de Gonza que se desprendía de sus maullidos. Mi piel seguía blanda y áspera. Todo parecía normal. Pero dentro de mí se desenfundaban nubes de tormenta y nuevos contrastes. En mis ojos, se perfilaban matices insospechados. Atisbos.

Entonces recibí un mensaje de texto. Era Pablo que venía camino a casa y me preguntaba si ya estaba listo para salir al liceo. Y ahí lo supe.

Se abrió la puerta principal. Pablo tiene llave.

Y cuando lo vi, el corazón palpitó de otra forma. Las manos comenzaron a sudar. Entré en un clima diferente y temí que todo esto fuera cierto, porque lo era. Hoy lo era.

Gonza me miró y me susurró:

– No tengas miedo.

Y yo pensé, “¿qué mierda sabe un gato sobre esto?” Pero Gonza no es un gato cualquiera. Gonza no caza ratones.

Cuando Pablo se plantó frente a mí para darme la mano y abrazo de costumbre, no me pude contener. Corrí la cara, en un solo movimiento seco, como quien frena desesperadamente un auto, y lo besé. Todo se había acabado.

Papá se atragantó con su tostada. La leche que mamá vertía en la taza comenzó a desbordar.

Pablo me alejó como un disparo y puso la cara más tremenda que recuerdo haberle visto. Era asco, asombro y rechazo. Era mierda.

– La putísima madre que te parió, enfermo, te vas de esta casa.

La sentencia de papá era correcta.

El gato no precisó sisear palabra alguna. Conocía este destino y siempre sería un benefactor de mis pisadas. Al fin, no había más caretas (ni goles, ni carreras ágiles).

Yo me sentí extrañamente complacido, como una masa que ha terminado de leudar y al mismo tiempo, como una tabula rasa.
Por primera vez, además de escucharlo hablar, vi a Gonza sonreír.