miércoles, 17 de agosto de 2011

De la "colcha de retazos" a una moderada fuerza de gobierno

ORIGEN Y EVOLUCIÓN 
DEL FRENTE AMPLIO por Estefanía Canalda
1.    Introducción

El Frente Amplio (FA) se creó en 1971, fue ilegalizado luego del golpe del 73, y muchos de sus dirigentes y militantes fueron exiliados, encarcelados o asesinados. Su performance electoral fue en ascenso sistemático desde el año de su creación. Según la página oficial del partido, los resultados de las elecciones fueron los siguientes: en 1971 la fórmula Seregni-Crotoggini obtuvo el 18, 6% de los votos; en 1984 la fórmula Crottogini-D’Elía, el 22% (Seregni no pudo ser candidato, pues estaba proscrito); en 1989, la fórmula Seregni-Astori, el 23%; en 1994, la fórmula Vásquez-Nin (que se repite dos elecciones más) recibió el 31,8% de los votos; en 1999, el 40%; en 2004, el 50, 5%; y, en 2009, la fórmula Mujica-Astori obtuvo casi el 48% de los votos en la primera vuelta, y 52, 4% en la segunda.
Varios autores (Yaffé: 2005, Lanzaro: 2005) califican al Frente Amplio como un partido catch-all, según la categorización de Otto Kirchheimer, quien:
Al estudiar las transformaciones que observaba en los partidos confesionales y obreros europeos, asoció su competitividad electoral con una evolución caracterizada por: la desideologización y la orientación hacia valores generales compartidos por amplios sectores de la ciudadanía; la moderación programática, corriéndose hacia la centro-izquierda; el aflojamiento de la relación orgánica con el movimiento obrero, volviéndose sus vínculos más débiles y esporádicos, con una mayor apertura a otros grupos de interés; la flexibilización del carácter militante, la disminución del peso de los afiliados, y el fortalecimiento del poder de los líderes; y el debilitamiento de la relación del partido con sus electores, antes centrada en una implantación social particular y en una subcultura política, y su deriva hacia apelaciones de tipo ciudadano y alcance policlasista (Yaffé, 2005, 26).
Explica Jaime Yaffé que Angelo Panebianco reelaboró luego la categoría, denominándola “partido profesional electoral”. En este tipo de partido, los profesionales especializados cobran una importancia fundamental. La evolución hacia esta clase de partido se daría, entre otras razones, por el decrecimiento en número y en organización de la clase obrera industrial, y la televisación de las campañas electorales, que obligaría a los políticos a entrenarse en el “arte” de la comunicación televisiva. Este es el proceso que Yaffé observa en el Frente Amplio.
El desafío para los partidos de izquierda sería, según los aportes teóricos recogidos por Yaffé, ampliar el apoyo electoral, desplazándose hacia el centro del espectro político-ideológico, sin perder el apoyo de la clase obrera. Podría decirse que en el caso del Frente Amplio, esto se ha logrado, como se demuestra por la exigua votación de Asamblea Popular, partido creado en base al Movimiento 26 de Marzo que pretendió ofrecer una opción “más de izquierda” que el FA.
Yaffé también plantea como pilar fundamental del partido catch-all su alta fraccionalización, es decir, su apertura y diversidad, que ofrecerían al elector una amplia gama de opciones. En toda la retórica de los comienzos del Frente Amplio hay una exhortación a la búsqueda de acuerdos, en detrimento del hermetismo ideológico que caracterizaba a algunas de sus fracciones (por ejemplo, el Partido Comunista). El “Llamamiento del 7 de octubre de 1970” es un llamamiento a la “concertación de un acuerdo sin exclusiones, entre todas las fuerzas políticas del país que se opongan a la conducta antipopular y antinacional del actual gobierno”. No en vano el nombre elegido para el nuevo partido es “Frente Amplio”.
Uno de los temas que más me interesa tratar, y que se ve en la evolución histórica que llevó a la fundación del Frente Amplio en 1971, es lo que Yaffé llama la “valorización identitaria”, la capacidad del partido de generar lealtad y fomentar el sentimiento de pertenencia. La “cultura frenteamplista” es clave para entender los vínculos afectivos que un partido tan nuevo (sobre todo en comparación con los llamados tradicionales) ha logrado crear con sus adeptos, y para comprender por qué, aunque su programa y su ideología han sufrido cambios importantes, ha logrado conservar su base electoral y a la vez posicionarse hacia el centro del espectro político, captando así nuevos votantes. 
La izquierda se moderó, y con ello el FA pudo disputarle a los partidos tradicionales el centro del espectro político-ideológico. (…) Así fue que el FA culminó monopolizando prácticamente todo el espacio disponible desde la izquierda hasta el centro. Y allí —ni en la izquierda ni en la derecha, sino en el costado izquierdo del centro— se lidió la batalla decisiva de su prolongada lucha por el gobierno (Yaffé, 2005, 14).
En el discurso pronunciado en el acto del 26 de marzo de 1971, el presidente y candidato presidencial del FA, Líber Seregni, se pregunta: “¿Cómo y por qué ha sido posible el Frente Amplio? ¿Cómo surgió este incontenible movimiento popular que tardó tanto en nacer y ha sido tan rápido en propagarse?” Y, luego, se responde: “Porque interpreta una necesidad objetiva de nuestra sociedad”. Quizás haya en esta afirmación una verdad innegable, sobre todo considerando que el Frente Amplio no solo sobrevivió a una dictadura que pretendió eliminarlo, sino que además salió fortalecido y (a pesar de la reforma constitucional que establecía el balotaje, impulsada por los partidos tradicionales —también apoyada por Seregni y Astori— para impedir su victoria) alcanzó el gobierno en dos ocasiones.


2.    Historia de la izquierda en la política uruguaya

El Partido Socialista (PS) se fundó en 1910, con Emilio Frugoni (quien asumió como diputado en 1911) a la cabeza. En 1920, la mayoría del Partido Socialista decidió adherir a la Internacional Comunista. Esto ocasionó su escisión, y la creación del Partido Comunista del Uruguay (PCU).
Las famosas “21 condiciones” que se exigían para la integración a la Internacional Comunista, establecían que se debía: crear una organización ilegal paralela al Partido, promover la agitación de los trabajadores agrarios, apoyar incondicionalmente a la Unión Soviética (URSS) y desplazar a los reformistas y centristas de la organización. Además, se exigía, en este caso, que el Partido pasara a llamarse Partido Comunista del Uruguay (de Giorgi, 2011, 28).
El sector de Frugoni fue tachado de reformista y todos los que habían rechazado la adhesión a la Internacional fueron expulsados del Partido.
El PCU acompañó, como la sombra al cuerpo, cada giro, hasta el más inesperado, de la política soviética. Censuró al estalinismo y el culto a la personalidad después del XX Congreso del PCUS y del Informe Secreto de Kruschev; justificó todas y cada una de las intervenciones de la URSS en otros países (desde Hungría en 1956 hasta Afganistán en 1980); se enfrentó con el Partido Comunista Chino desde comienzos de los 60 y celebró la Perestroika con Gorbachov (de Giorgi, Garcé, Lanza, en de Giorgi, 2011, 29).
En 1935, se impulsó desde la URSS la formación de frentes políticos populares que apuntaran al crecimiento electoral. Pero, según dice Nelson Fernández, “esa estrategia no prendió rápido en Uruguay” (2010, 316), al menos hasta que Rodney Arismendi asumió la conducción del Partido en 1955, en detrimento de Eugenio Gómez, de quien se decía que frenaba el proceso de apertura. Arismendi le achacó además a Gómez un exceso de personalismo y falta de autocrítica.
Los comunistas no rechazaban la vía armada, pero tomaban como referencia la experiencia chilena y decían que no estaban dadas en Uruguay las condiciones propicias para la revolución (de Giorgi, 2011).
Según Fernández, la política sufrió un proceso de polarización que trajo como consecuencia la afinidad entre parlamentarios socialistas, comunistas y de los sectores de izquierda de los partidos tradicionales. En 1962 el PCU fundó el Frente Izquierda de Liberación (FIdeL); el Partido Socialista formó la Unión Popular (UP), que contaba, entre otros, con el grupo del ex miembro del Partido Nacional Enrique Erro; y se creó Partido Demócrata Cristiano (PDC) con antiguos dirigentes de la Unión Cívica.
Si bien el PS no tuvo un brazo armado, algunos de sus dirigentes se volcaron hacia el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) (MLN-T), convencidos de la importancia de la lucha armada y desilusionados por el exiguo 2,3% que había obtenido en las elecciones la Unión Popular. Algunos de los socialistas que integraron el MLN-T fueron Raúl Sendic, Jorge Manera, Julio Marenales y Héctor Amodio Pérez. Esta vinculación entre el PS y los movimientos revolucionarios armados llevó a que entre primeras medidas que tomara Jorge Pacheco Areco cuando asumió la presidencia tras la muerte de Óscar Gestido (1967) fuera ilegalizar el PS.
En 1966 la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) se consolidó como central sindical única; unión de todos los sindicatos que antes se agrupaban en gremiales múltiples, que “reune [sic] a los sectores obreros con los empleados de los servicios públicos y privados, incluyendo a la aristocracia de  ‘cuello blanco’ (bancarios, docentes y otros funcionarios estatales), que antes mantenía sus distancias, pero que a esa altura acusaba los efectos de la crisis e ingresó al campo vasto de los ‘trabajadores’” (Lanzaro, 2005, 34).
“La unificación sindical (…) fue un paso fundamental para que también se diera una concertación político-partidaria” (Fernández, 2010, 317). Los pilares sobre los cuales se fundó la CNT fueron la reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior y la estatización de las principales empresas industriales. Los reclamos concretos vinculados a reivindicaciones laborales se mezclaron con proyectos de corte nacional, y la CNT se convirtió en un centro de organización política y un agente de poder y de oposición (Lanzaro, 2005). Más tarde, lideró la huelga general en resistencia al golpe de estado de 1973. 
Aunque el Partido Comunista, el Socialista, anarquistas e independientes de izquierda se disputaban el terreno de los sindicatos y las asociaciones estudiantiles, fue el PCU el que tuvo mayor importancia dentro de la CNT.

3.    Hacia la formación del Frente Amplio

En 1970 comenzaron las reuniones entre cinco dirigentes de sectores y partidos distintos que buscaban crear un partido de coalición: Juan Pablo Terra, del PDC; Zelmar Michelini, del Movimiento por el Gobierno del Pueblo, Partido Colorado, lista 99; Rodney Arismendi, del PCU; Francisco Rodríguez Camusso, del Movimiento Blanco Popular y Progresista del Partido Nacional; y Pedro Bonavita, del FIdeL (Fernández, 2010, 318).
Varios dirigentes políticos y personas de izquierda independiente (entre ellas los doctores Carlos Quijano y Eugenio Petit Muñoz) firmaron el “Llamamiento del 7 de octubre de 1970”, convocatoria a la inauguración de una nueva fuerza política:
Los ciudadanos que suscriben (…) estiman indispensable la concertación de un acuerdo sin exclusiones, entre todas las fuerzas políticas del país que se opongan a la conducta antipopular y antinacional del actual gobierno, con vistas a establecer un programa destinado a superar la crisis estructural que el país padece, restituirle su destino de nación independiente y reintegran [sic] al pueblo la plenitud del ejercicio de las libertades individuales y sindicales.
Esta alianza debía estar coordinada de tal forma que sirviera para canalizar expresiones de lucha popular. Sería un requisito “indispensable” para afrontar las contiendas electorales, y se abocaría a la lucha contra la dependencia “acentuada bajo el actual gobierno y por la oligarquía nacional en connivencia con el imperialismo”.
En 1970, el sector de Rodríguez Camusso dejó el Partido Nacional (PN) y el de Michelini el Partido Colorado (PC). La fundación del Frente Amplio fue el 5 de febrero de 1971. Los grupos que se habían abocado a la lucha armada “vieron esto como una decisión política con exclusivos fines electorales y no ocultaron su disgusto” (Fernández, 2010, 318).
En diciembre de 1970, el MLN-T emitió una comunicado en que expresaba su “apoyo crítico” al Frente Amplio. En él planteaba que, aunque estimaba positiva la creación de una alianza de fuerzas populares, lamentaba que se hubiera dado solo con motivo de las elecciones, y no antes. Además manifestaba su desconfianza ante la posibilidad de que los grupos de presión “oligárquicos” permitieran que el FA accediera al gobierno, en caso de que este ganara las elecciones.
¿Qué ocurrirá cuando el pueblo se proponga tomar el poder y no influir en el poder? ¿Acaso esta oligarquía, que por defender sus dividendos encarcela, tortura y mata, cederá sus tierras y sus bancos sin dar batalla? No. Los oprimidos conquistarán el poder solo a través de la lucha armada. (…) Por lo tanto, no creemos, honestamente, que en el Uruguay, hoy, se pueda llegar a la revolución por las elecciones. Los gobernantes actuales, que han violado la Constitución cientos de veces (…) no van a entregar pasivamente el gobierno a esos trabajadores en caso de que triunfen en la elección.
A pesar de estas reservas, el MLN-T impulsó la creación de una suerte de brazo político llamado Movimiento de Independientes 26 de Marzo, que participaría en el Frente Amplio. Este sector nucleaba a gente afín al MLN, entre ella Mario Benedetti, Domingo Carlevaro y Daniel Vidart.
El MLN como tal no ingresó al Frente Amplio hasta 1989, cuando formó el Movimiento de Participación Popular (MPP) junto al Movimiento Revolucionario Oriental (MRO) y el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). Recién en 1994 presentó candidatos propios y José Mujica fue electo diputado.

4.    El acto del 26 de marzo de 1971

El primer acto del Frente Amplio tuvo lugar el 26 de marzo de 1971 en la explanada de la Intendencia de Montevideo. La convocatoria (aunque no se sabe con exactitud, se calcula que se congregaron más de 40.000 personas) llevó a algunos a pensar que el FA ganaría las próximas elecciones.
En su discurso, el presidente del FA, Líber Seregni, plantea las líneas fundamentales en las que se basaba el proyecto del partido.
Por un lado, hace referencia a la “sangría emigratoria”; habla de la situación de una juventud desencantada y marginada, cuya creatividad y aspiraciones de cambio estaban siendo cercenadas por el régimen autoritario:
La emigración es el peor juicio sobre un régimen económico y social, es el peor juicio sobre un gobierno. Pero otro aspecto de esta desocupación que desbasta al país, otro aspecto de la falta de horizontes, es el drama de nuestra juventud. Una juventud que siente día a día la angustia de sus mayores, perpleja por el deterioro del país, que no encuentra salida, porque se le cierran todos los caminos, porque se le amputa el futuro. Por eso nuestra juventud manifiesta, a todos los niveles, su justa disconformidad. Porque no se pueden embretar sus ansias de vivir y sus ansias de crear. Por eso, nuestra juventud, porque no tiene caminos individuales se politiza y se radicaliza. Y el régimen responde con sanciones y con represión. El régimen reconoce con ello que es él, el régimen, el que no tiene futuro.
Por otra parte, hace explícita referencia a la base social del Frente Amplio, y a su carácter policlasista: “Las clases medias urbanas y la clase obrera, los jubilados, esa legión tan mentada, pero tan olvidada, las clases medias rurales y los asalariados rurales son las grandes víctimas de la política económica actual”.
Aparece en su discurso un reclamo constante de libertades. Según Yaffé, aunque el pluralismo y las libertades individuales no son constitutivas del pensamiento nuclear de la izquierda (yo agregaría “tradicional” o vinculada a la tradición comunista), que hace sobre todo énfasis en la igualdad, el FA reivindicó con ahincó las virtudes de la democracia “liberal” tanto por la presencia en su seno de sectores provenientes de los partidos tradicionales, como por la coyuntura política autoritaria en que se enmarcaba su acción.
Seregni señala además que hay que combatir la extranjerización de los recursos (y a los grupos de poder oligárquicos ligados a intereses extranjeros), y el endeudamiento externo: “La disyuntiva de hoy es muy clara: o  la oligarquía liquida al pueblo oriental, o el pueblo oriental termina con la oligarquía”. Rechaza la posibilidad de reformas a “medias tintas”, dice que la explotación de la oligarquía nunca fue tan descarnada: el  pueblo fue relegado a un segundo plano, diezmado económicamente y marginado de la política. “La estructura de dominación oligárquica quedó al desnudo; decretó que era la ‘hora del garrote’ y, como siempre, cínicamente, culpó del desorden a las masas estudiantiles y a las masas obreras”, dice en su discurso.
 Al igual que la CNT, el FA sostenía que la reforma agraria, la nacionalización o estatización de la banca y del comercio exterior, y el desarrollo industrial eran herramientas fundamentales para que el país progresara: “Tenemos que desamarrar y cortar con el latifundio; tenemos que desamarrar y cortar con la banca privada; tenemos que desamarrar y cortar con el complejo de succión de la exportación”, declama Seregni. Estos reclamos se fueron atemperando con el tiempo, como bien expresan los títulos “Al centro y adentro” (Yaffé, 2005) y “La izquierda se acerca a los uruguayos y los uruguayos de acercan a la izquierda” (Lanzaro, 2004).
Seregni llama a la militancia, la movilización, la participación y el contralor populares. Reivindica además el principio de autodeterminación de los pueblos, fundamentado sobre la no intervención extranjera. Adhiere a la teoría de la dependencia, muy en boga en la época, y exhorta a la solidaridad y la unidad latinoamericanas para hacer frente al imperialismo de los países industrializados. Finaliza su discurso reproduciendo un canto de los estudiantes de la Facultad de Medicina: “Un pueblo unido, jamás será vencido”.

5.    Ideología en el Frente Amplio

Al influjo de la revolución cubana, jóvenes uruguayos con ideas de izquierda radical comenzaron a encontrarse en un camino de exploración de coincidencias. Los unía la rebeldía juvenil, el rechazo al capitalismo y la convicción de que para impulsar una revolución hacia un modelo de algún tipo de socialismo, la avenida que debían recorrer era violenta (…)
El romanticismo de la revolución, la tensión por las confrontaciones políticas internas, el sueño de “liberación” y socialismo, fue removiendo las estructuras de los partidos políticos, fundamentalmente de izquierda pero también en alguna fracción nacionalista (Fernández, 2010, 357).
Según Yaffé, la mayoría de las organizaciones políticas que formaron el Frente Amplio en 1971, tenían influencia ideológica del marxismo (con la excepción de las secciones provenientes del Partido Nacional): “desde el punto de vista del modelo de sociedad a la que aspiraban, se declaraban anticapitalistas y adherían a alguna versión del socialismo como meta de su acción política transformadora, aun cuando todos suscribían un programa de desarrollo capitalista” (Yaffé, 2005, 75).
Dice Yaffé que en el FA convivían proyectos reformistas y revolucionarios. Aunque ideológicamente fueran afines al socialismo revolucionario, su programa incluía medidas reformistas que se alcanzarían dentro del sistema capitalista.
El Frente Amplio operó en un registro diferente al de la izquierda tradicional, asociada a una visión del poder heredera de la experiencia de la Unión Soviética. Al ser un partido de coalición (se aclara en sus “Bases programáticas” su carácter de coalición y no de fusión), integrado también por sectores provenientes de los partidos tradicionales, reivindicó valores vinculados a la democracia política liberal que los comunistas ortodoxos despreciaban como “burguesa”. Ante el autoritarismo y la represión del régimen de Pacheco, el FA reclamaba la profundización de la democracia directa y la descentralización.
La concepción de la democracia presente en la izquierda frentista, ponía un fuerte acento en la dimensión participativa y descentralizadora de la misma y en su inseparabilidad respecto de la igualdad. Sin embargo, el contexto político semiautoritario en que se gestó el FA, en cuyo marco la izquierda fue víctima de una creciente limitación de la libertad, así como el desafío de una izquierda guerrillera que promovía la lucha armada como “vía para la revolución” en Uruguay, llevaron a que este principio figurase como un punto relevante en sus documentos y discursos de 1971. (…) Aunque la ideología dictaría otro orden de prioridades, la coyuntura política de fines de los sesenta y principios de los setenta permite entender por qué el que se titula “Libertades, derechos y garantías” era el primer capítulo de las “Bases programáticas de la unidad” del FA suscritas en febrero de 1971 (…). De igual forma, aunque predominaban las ideas que trivializaban el pluripartidismo, en el capítulo titulado “política institucional” se reclamaba el respeto a la “democracia de partidos”, incorporando una dimensión pluralista que no era propia de la concepción de cuño jacobino y leninista predominante en la izquierda tradicional” (Yaffé, 2005, 76).
En las “30 primeras medidas de gobierno” (1971), se plantean los cuatro pilares fundamentales sobre los cuales se apoyaría el proceso de cambio social. El primero es la reforma agraria, que apuntaría a eliminar el latifundio (fomentando la redistribución de la tierra en pequeñas y medianas propiedades) y la extranjerización de la tierra. El segundo, la nacionalización de la banca privada. El tercero, la nacionalización de los principales rubros del comercio exterior. El cuarto, la “enérgica acción industrial del Estado” y la nacionalización de la industria frigorífica. A estos se le agrega otro fundamental, la primera de las “medidas de gobierno”: el restablecimiento del estado de derecho (ligado a la séptima medida, la pacificación del país).
El Frente Amplio abogaba por el dirigismo estatal en la economía. Pensaban que, de ser el mercado libre de la intervención del estado, se perpetuarían las estructuras de poder (oligárquico e imperialista): la oligarquía se enriquecería a costa de las mayorías, y los intereses extranjeros primarían sobre los nacionales. En su “Declaración constitutiva” (1971), el FA establece que mediante la represión, el gobierno buscaba “mantener intactos los privilegios de una minoría apátrida y parasitaria en alianza con las fuerzas regresivas del poder imperial”. Y luego agrega que “La República camina hacia la ignominiosa condición de una colonia de los Estados Unidos”.
Entre las reformas estructurales tendientes a cortar los vínculos imperialistas se encuentran las siguientes: rechazo al FMI y a otros organismos financieros internacionales, renegociación de los términos de la deuda externa (“para postergar los pagos y eliminar sus condiciones abusivas”, dicen las “30 primeras medidas de gobierno”), exigencia de que las empresas extranjeras reinvirtieran sus utilidades en el país, limitación a la salida de capitales y establecimiento de relaciones comerciales con los países socialistas (Yaffé, 2005).
Otros objetivos del Frente Amplio serían: la redistribución del ingreso a favor de los grupos sociales más afectados por la crisis; la optimización de la capacidad productiva del país para “hacer irreversible el cambio social en beneficio del pueblo uruguayo”; el aumento de la ocupación en actividades productivas; el saneamiento de la administración pública; la mejora de los sistemas de educación, salud, transporte y vivienda; la búsqueda de la independencia del país en materia energética; el establecimiento de vínculos comerciales y diplomáticos con todos los países y sobre todo con Cuba, con quien estaban interrumpidas; el monopolio estatal de las divisas; el aumento de los impuestos a los ingresos altos y a la acumulación de capital; el control estatal del abastecimiento y los precios de productos de subsistencia; la promoción de la explotación minera y la industria pesquera; la erradicación del analfabetismo; y la eliminación del clientelismo.
En las “Bases programáticas de la unidad” (1971), se anota que
constituye un imperativo de la hora, concertar nuestros esfuerzos, mediante un acuerdo político, para establecer un programa destinado a superar la crisis estructural, a restituir al país su destino de nación independiente y a reintegrar al pueblo el pleno ejercicio de sus libertades y de sus derechos individuales, políticos y sindicales. Un programa de contenido democrático y antiimperialista que establezca el control y la dirección planificada y nacionalizada de los puntos claves del sistema económico para sacara al país de su estancamiento, redistribuir de modo equitativo el ingreso, aniquilar el predominio de la oligarquía de intermediarios, banqueros y latifundistas y realizar una política de efectiva libertad y bienestar, basada en el esfuerzo productivo de todos los habitantes de la República.

6.    Cultura y contra-hegemonía en el Frente Amplio

En el correr de la década del sesenta se desata una crisis política mayúscula, que viene con el derrumbe del modelo batllista. La descomposición del sistema de partidos, la pérdida del centro político y la polarización creciente, son elementos decisivos en este proceso. Las colectividades tradicionales no encuentran el camino para renovarse y renovar el diseño político, el estado y la economía. Pierden centralidad, aptitudes de liderazgo y capacidad de agregación de intereses (Lanzaro, 2005, 33).
Dice Seregni, en el acto del 26 de marzo de 1971, que, con el triunfo de las alas conservadoras de los partidos tradicionales, la alianza de estos con la oligarquía quedó más al desnudo que nunca. Esto recuerda a los reclamos de la generación del 45, grupo de intelectuales que “se mantuvieron expresamente al margen de las regalías del Partido Colorado” (Rocca, 2004, 8), y criticaron duramente la hegemonía histórica de los partidos tradicionales, a los cuales no le atribuían ningún potencial de renovación. Según Seregni, los partidos blanco y colorado se habían vaciado de ideales, convirtiéndose en meros instrumentos de legitimación del poder de la oligarquía. En contraposición, el Frente Amplio sería el portavoz de los intereses del pueblo, y llevaría a cabo las reformas radicales que este necesitaba. Seregni planteaba además al FA como canalizador de las inquietudes de una juventud rebelde e inconformista que buscaba cambios, tanto materiales como culturales, que sacudieran la estructura del país.
Según Lanzaro, aunque algunas de las propuestas del FA estaban ya en la impronta del wilsonismo (por ejemplo, la eliminación del latifundio) y del segundo batllismo (dirigismo estatal de la economía),
aquí son objeto de una semántica más drástica, vienen asociados a un reformismo de impronta revolucionaria —con trasfondo socialista— y se articulan por una fuerza desafiante. Hay en esto una cuota de “desengaño” y una propuesta “contra-hegemónica”, en una lógica de ruptura y con un recambio de protagonistas: ante las fallas de los partidos históricos, la entrega de la “oligarquía” y las debilidades endémicas de una “lumpen-burguesía” sumisa, las tareas nacionales pendientes debían quedar a cargo de la dirección de izquierda, por medio de una nueva alianza social y de una coalición política alternativa, del brazo de los trabajadores. (…) En términos de configuración ideológica y política, el emprendimiento va más allá, se inscribe en una “disputa por la nación” y se remite a la “invención de una tradición” (Lanzaro, 2005, 44).
La reivindicación de una identidad cultural contra-hegemónica y el cuestionamiento de los discursos oficiales y de los mitos sobre los cuales estos se asientan, constituye una amenaza al poder central (sobre todo a aquel de corte autoritario), que busca asir, uniformizar, limitar toda expresión simbólica de las alteridades culturales.
 Dice Lull:
Cuando hablo de poder cultural, me refiero a la capacidad de definir una situación desde el punto de vista cultural. El poder cultural es la capacidad que tienen los individuos y los grupos de producir sentidos y de construir (en general de manera parcial y temporaria) formas de vida (o constelaciones de “zonas culturales”) que apelan a los sentidos, a las emociones y a los pensamientos de uno mismo y de los demás (1997, 99).
Así, la lucha del FA era también una lucha por el signo, por el poder cultural, y en contra de la arbitrariedad cultural que servía para legitimar un sistema “oligárquico”, “imperialista” y autoritario:
En una formación social determinada, la arbitrariedad cultural que las relaciones de fuerza entre las clases o los grupos constitutivos de esta formación social colocan en posición dominante en el sistema de arbitrariedades culturales es aquella que expresa más completamente, aunque casi siempre de forma mediata, los intereses objetivos (materiales y simbólicos) de los grupos o clases dominantes (Bourdieu, 1996, 49).
Trayendo un pasado “arcaico” —“lo que sobrevive del pasado pero en cuanto pasado, objeto únicamente de estudio o de rememoración” (Martín-Barbero, 1997, 90)—   a colación, el Frente Amplio discutió los pilares de la identidad uruguaya, y se apropió de algunas de las claves de su tradición, elaborando, en palabras de Jorge Lanzaro, una “reescritura de la historia” (2005, 45).
La reescritura de la gesta de nuestro héroe general, que no es blanco ni colorado, así como otras incursiones concurrentes, muestran una revolución social y en particular una revolución agraria, inconclusa o traicionada, reivindican sus valores y convocan a continuarla, a través de objetivos de actualidad y con otra regencia política, ayudando a construir una épica reconfigurada y pugnando por colocar a la izquierda como heredera del legado artiguista. Algo parecido sucede con los prospectos de la “patria grande” o de la “liberación” de América Latina, entroncando las peripecias del país con los destinos mayores del continente (op. cit., 45).
En el marco de esta relectura de la historia, el Frente Amplio se erigía como continuador de dos proyectos de cambio frustrados o inconclusos: la revolución artiguista y el reformismo batllista (Yaffé, 2005, 122).
En el discurso del 26 de marzo, Seregni hablaba del Frente Amplio como el “legítimo heredero de la tradición artiguista”: “Nunca se abrió un cauce tan ancho para la unidad popular como en estos momentos. Nunca, salvo con Artigas”.
La lucha contra el despotismo del gobierno fue otro elemento de crucial importancia en la formación de la identidad frenteamplista, pues
dejó una larga lista de mártires que permitieron dotar a la tradición propia de un fundamento muy similar al de las que habían acuñado en el siglo XIX los partidos tradicionales. Como bien se ha señalado, el Frente Amplio se convirtió en el único partido que ostenta el status de “divisa”, entendida como un universo simbólico que remite —en palabras de Alberto Methol Ferré (1994)— a una “comunidad de sangre”, o sea el sentimiento de pertenencia a una colectividad política que se asienta en una experiencia asociada a la violencia política e, in extremis, la muerte (Yaffé, 2005, 122-123).
Para describir la cultura del Frente Amplio, me parece pertinente recordar una de las “30 primeras medidas de gobierno”: la número 18. En ella se establece lo siguiente:
Promoveremos la sanción de un [sic] ley de medios de comunicación que proteja el trabajo nacional, garantice la información objetiva, asegure la defensa de la cultura nacional y la disponibilidad equitativa de espacios para todas las organizaciones políticas, sindicales, culturales y religiosas.
Fomentaremos y protegeremos la industria nacional del libro. Crearemos una editorial del Estado, dedicada fundamentalmente a la impresión de textos didácticos y obras de autores nacionales.
A partir de la década del 60, se dio, en el marco de los estudios de comunicación en América Latina, un debate sobre la intervención del Estado en los medios de comunicación. Siguiendo la línea de los estudios de comunicación estadounidenses, algunos teóricos afirmaban que el intervencionismo estatal en materia de comunicación era innecesario, atentaba contra la libertad de expresión, e incluso podía llegar a violar el derecho a la propiedad. Los adherentes a la teoría de la dependencia, por el contrario, pensaban que había que corregir el acceso desigual a los vehículos de difusión de ideas (es decir, a los medios de comunicación) para arremeter contra el control ideológico y material de las mayorías por las élites gobernantes.
La comunicación, tal como existe en la región, no solo es incapaz por naturaleza de generar desarrollo nacional, sino que a menudo actúa en su contra, de nuevo en favor de las minorías gobernantes.
(…) La propia comunicación está tan sometida a los arreglos organizativos predominantes en la sociedad, que difícilmente se puede esperar de ella que actúe independientemente como un contribuyente primordial a una profunda y amplia transformación social (Beltrán, 1985, 4).
El posicionamiento del FA en este debate arroja luz sobre el rol que le atribuía al estado: intervencionista, sí, pero con miras no solo a la renovación de las estructuras económicas, sino también a una profunda y radical transformación cultural del país.

7.    Conclusión

El Frente Amplio se fundó en el fragor de las luchas sindicales y estudiantiles de los 60 y 70. Asistió a la consolidación sindical única, y adhirió a los reclamos de esta. En tanto que la “derechización” del Partido Colorado se hizo patente, y se expresó en un creciente despotismo del gobierno, el FA ejerció una oposición intemperada, inflexible. Frente a una derecha radical, una izquierda radical.
Sin embargo, en los años que siguieron al final de la dictadura, el FA sufrió un proceso de moderación ideológica y programática: la izquierda revalorizó las instituciones y la democracia, e integró el valor de los derechos humanos. Siguió además en el camino de la búsqueda de alianzas, por lo general con sectores ubicados más hacia el centro del espectro político que el propio FA. Ante la posibilidad real y cercana de ganar las elecciones, el FA se fue aggiornando, y construyendo un verdadero partido de gobierno: no exento, por supuesto, de convicciones ideológicas, pero sí flexible y moderado.
 En el plano programático, la izquierda pasó del programa frentista de inspiración independentista, antiimperialista y antioligárquica —cuyos componentes centrales eran la reforma agraria, al nacionalización (o estatización) de la banca, la nacionalización del comercio exterior, el rechazo de los organismos financieros internacionales y de la deuda externa contraída en forma “ilegítima”— al programa progresista, del que fueron desapareciendo casi todas esas propuestas. Por otra parte, la izquierda mantiene algunas señas de identidad: la preferencia por los valores de igualdad, justicia y solidaridad social; la concepción participativa de la democracia y la ciudadanía; la defensa del estado y su protagonismo en la conducción del proceso económico y social (Yaffé, 2005, 98).


Bibliografía:
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De Giorgi, Ana Laura (2011). Las tribus de la izquierda. Bolches, latas y tupas en los 60. Montevideo: Fin de Siglo.
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Lanzaro, Jorge (coordinador) (2004). La izquierda uruguaya entre la oposición y el gobierno. Montevideo: Fin de Siglo.
Lull, James (1997). Medios, Comunicación, Cultura. Aproximación global. Buenos Aires: Amorrortu.
Martín-Barbero, Jesús (1997). De los Medios a las Mediaciones. Comunicación, Cultura y Hegemonía. México D.F.: Gustavo Gili.
Rocca, Pablo (2004). El 45. Montevideo: Banda Oriental.
Yaffé, Jaime (2005). Al centro y adentro. La renovación de la izquierda y el triunfo del Frente Amplio en Uruguay. Montevideo: Linardi y Risso.